Crecidos en los preceptos de la tradición judeo-cristiana desde pequeños los cubanos hemos formado un concepto sobre la familia que más que normar rige la cotidianidad al punto de incluir ideas básicas sobre ella hasta en los refranes como en: “¿Quién es tu hermano? El amigo (o el vecino) más cercano”. De esta suerte ha enfrentado la vida con todos los pro y contras que ha tenido que asumir convirtiendo en «primo» a cuanta persona requiere de su ayuda o puede ser punto de partida para una gestión.
Ante tal amplitud conceptual resulta inquietante que se proponga ahora para su análisis y futura aprobación un CÓDIGO DE LAS FAMILIAS que desde la pluralidad de lo atendido ya resulta chocante. ¿Cómo es posible creer que “la célula fundamental de la sociedad” tiene «formato múltiple»? ¿Qué tecnología precisa el grado del vínculo genuinamente afectivo que se establece entre los miembros de una familia para luego establecer una clasificación? ¿O es que ese factor ya no importa?
La realidad del hecho supera con creces lo que pudiera ser entendido como un festivo intento de «modernizar» la convivencia de estos caribeños, bulleros, burlones y “machistas”; sin embargo el intento nace plagado de desajustes y relegaciones que ciertamente olvidan importantes tradiciones, notables logros e incuestionables avances, «casualmente» en un momento en que este paisito nuestro está más que necesitado que nunca de que nos consideremos una y extensa familia en lugar de un coloquio entre personas que se creen discriminados olvidando numerosas leyes, decretos y esfuerzos —como el Código aun vigente— que le dieron un lugar que no quieren reconocer.
La realidad es que una FAMILIA no se establece ni con un decreto ni con cien códigos, la familia requiere ante todo una voluntad de integración, de suma, de pertenencia, que nace y se multiplica cada día como las ramas de un árbol, robustas y fructíferas unas, sencillas y sin flores otras, pero todas aportando nutrientes al terreno donde crecen y sombra al cansado que se acerca.
Allá, en febrero de 1894, sin calor de hogar, con mucho sufrido y dispuesto a seguir adelante, José Martí escribió en Patria —no creemos que haya cubano que SEPA más de familia que él: “Son las familias como las raíces de los pueblos y quien funda una y da a la Patria hijos útiles, tiene al caer en el último sueño de la tierra, derecho a que se recuerde su nombre con respeto y cariño”. ¿Cómo se puede dar a la Patria hijos útiles si aprobamos artículos que permiten otorgar la condición de familia a la relación de dos personas del mismo sexo —y por tanto procrear— con todas las complicaciones genéticas y médicas derivadas?
Esta relación aparece identificada en el referido Código como “unión de hecho afectiva” concepto que refleja la esencia de la relación y que está suficientemente abordada y legislada en el mismo por lo que no resulta ni censurada su existencia ni discriminados quienes la asuman, solo que cobijarla bajo el concepto familia implica la concesión de la posibilidad de que, por medios artificiales o mediante la adopción, asuman la crianza, formación y educación de nuevas generaciones que estarían desprovistas de los profundos e insustituibles vínculos que prolongan a través de la Historia y desde la Familia los rasgos constitutivos de una identidad personal y nacional.
De igual modo la posibilidad de decidir personalmente el orden de sucesión de los apellidos, sin acogerse a la legislación catastral correspondiente, más que una respuesta a “una tradición patriarcal y machista que disminuye a la mujer” es un irresponsable y festinado juego que no destruiría el machismo donde lo hubiera ni empoderaría a la mujer sino que provocaría un rompecabezas y una innecesaria y lentísima tramitación judicial cuando fuera pertinente la definición no de simples vínculos parentescos sino de imprescindibles trámites genealógicos y de responsabilidad legataria.
Toda multiplicidad lleva en sí una diferenciación, hablar de familias implica de hecho que habrá rasgos que harán a una «más familia» que a otra, pues de ser iguales no sería necesario pluralizarlas, y tras esos rasgos llegaría inevitablemente, ¡otra vez!, el sentimiento de discriminación que hoy se quiere combatir y, lo que es peor, la vía para involucrar, cada vez que haga falta, a los cubanos en un debate sobre la situación y así distraer la atención sobre conflictos más urgentes que requieren toda nuestra preocupación y ocupación.
En tiempos como los que hoy vivimos ponernos a discutir si hay que dirigirse a «todos y todas» mientras dentro de casa sigue la violencia doméstica; si el concepto “parental” es superior al de “patria potestad” —luego de haber caído en la tragedia de la Operación Peter Pan por su supuesta pérdida—; si es un derecho que alguien se someta a una costosa y peligrosa intervención quirúrgica para cambiar de sexo porque quiere parir; si es adecuado que en la escuela los estudiantes se vistan sin tener en cuenta su sexo, etc. es una lamentable opción ante tantas cosas que afectan a esa gran familia que habita la Casa Cuba. Es distraerse de los bajos niveles de producción por medidas ineficaces, es olvidarse de lo costoso que resultan los estudios de esos mismos adolescentes —más allá de la ropa con que vayan a la escuela— ante la necesidad de alimentarse en ventas callejeras con los precios tan elevados que tienen, es desentenderse de tantas y tantas familias que sufren la pérdida de los suyos en las aguas del Golfo o en el tapón del Darién porque no encontraron aquí un bienestar siquiera ligeramente superior al de sus padres y abuelos, es no pensar en tantas leyes que hay que incorporarle a la Constitución para que realmente sea democrática.
Divide y vencerás ha sido un principio que se ha empleado muchas veces para distraer las fuerzas transformadoras que estaban a punto de cambiar la Historia; no nos desgastemos en delirios pseudomodernistas y asumamos JUNTOS nuestro deber con quienes vendrán detrás, quienes no merecen recibir entes de probetas sino tierra de cosecha.
Se avecina un nuevo año y parece que la pandemia empieza a controlarse, es el momento para acercarnos unos a otros para resolver los verdaderos y grandes problemas de este país que solo nosotros, con mejores o peores recursos, podemos solucionar; propongámonos para el nuevo año ser, por encima de todo y en cualquier lugar de este mundo tan maltratado, CUBANOS.
1 de noviembre de 2021
Solemnidad de Todos los Santos