Salarios y productividad: el huevo y la gallina

Solo será posible aumentar el salario si se logra incrementar la productividad del trabajo. Esta idea, repetida una y otra vez durante varios años, ha sido uno de los argumentos esenciales para posponer lo que una parte decisiva de todos los cubanos ha necesitado.

Mantener salarios bajos en general, pero en especial en el sector presupuestado, ha sido una de las causas de la emigración de muchos empleados públicos hacia otros sectores. Aun cuando el amor a la profesión y el compromiso pueden ser grandes y pesar tremendamente, la vida cotidiana, y la multiplicidad de necesidades a las que esos cubanos se han enfrentado, ha sido también un factor de mucho peso en tomar esa decisión de “emigrar” hacia sectores mejor retribuidos o “emigrar” hacia otras tierras con mejores ofertas de salario para el grado de calificación de esos cubanos. El ejemplo que tengo más a la mano es el de la alta tasa de emigración de profesores universitarios hacia algunos países de “nuestro sur”.

Un reciente trabajo de Pedro Monreal publicado en su blog me ahorra una parte de lo que tenía estructurado para este artículo, pero siempre quedan asuntos que tratar de este controvertido tema de los salarios, la demanda y los precios versus la productividad, la eficiencia y el crecimiento.

Primero un poquito de historia:

Durante décadas el salario fue el principal –y casi el único– ingreso de los trabajadores cubanos. También las diferencias salariales apenas eran significativas y poco influían en el nivel de vida y el acceso a bienes y servicios de los asalariados cubanos. Un sistema de distribución de alimentos de forma racionada y precios muy subsidiados de bienes y servicios, así como múltiples gratuidades (muchas de ellas sin justificación de ningún tipo) condicionaban aquella situación.

Eso cambió drásticamente desde finales de los 80 y principio de los años 90. Luego, un programa de ajuste, ciertamente heterodoxo, utilizó el anclaje del salario nominal como uno de sus principales recursos, mientras la existencia de una red de tiendas en dólares disparaba los precios de muchos bienes “necesarios” y el mercado negro se expandió, contribuyendo todavía más al deterioro del “salario real” de la clase trabajadora en Cuba.

El resto es historia conocida y compartida. Las remesas aparecieron e introdujeron una cualidad nueva en la vida cotidiana, cuyo doble o triple rol ha sido de los temas más discutidos en Cuba. Como recurso de sobrevivencia fue un factor en la diferenciación de ingresos y en el acceso a bienes y servicios; a la vez dinamizó la demanda de consumo y también fue fuente de inversión privada.

También es historia conocida la poca capacidad del sistema productivo cubano para convertir esos dineros en “producción nacional” lo cual tiene que ver con aquel llamado “síndrome importador” que algunos sostienen es parte de nuestros “genes” y otros defendemos que es fundamentalmente un problema de incentivos equivocados y de “reglas de juego” incoherentes con el propósito de producir más y mejor.

Hoy las medidas de incremento salarial adoptadas por el gobierno reducen a añicos aquel repetido argumento que nos recordaba siempre el dilema del “huevo y la gallina” –¿qué tiene que ser primero? – y también aquel otro “cuento de la buena pipa”, el de nunca acabar. Lo que el gobierno ha demostrado es, primero tener la voluntad política de hacer algo de mucho riesgo, pero muy necesario; y segundo demostrar y explicar que ha encontrado “pequeños resquicios” que permiten hacer algo que había que haber hecho hace ya mucho tiempo. En lo fundamental, esos resquicios tienen que ver con una mejor asignación del gasto presupuestario.

Lo otro que el gobierno ha probado es la necesidad de tomar riesgos. Y ojo, tomar riesgo no es igual a ser suicida. Ha existido desde el gobierno la “voluntad política de hacer” junto al convencimiento profundo de que no basta. Y si bien es cierto que es muy importante llamar a todos los ciudadanos a poner por delante los intereses del país, también es cierto que la economía tiene sus propias leyes y por lo tanto hay que hacer hasta más allá de lo imposible por actuar sin negarlas.

Nada descubro si afirmo que nuestro problema fundamental es un gran déficit de oferta combinado con una estructura del gasto donde las familias cubanas apenas tienen que “gastar” en vivienda (me refiero a alquileres y rentas de vivienda, ni tampoco a gastos en salud y educación). Mientras en otros países esos tres son destinos principales del gasto de las familias y por lo tanto no van a consumo de bienes, en Cuba es radicalmente distinto. Así pues, esos más de 7 mil millones de incremento del ingreso irán fundamentalmente a consumo y principalmente a consumo de alimentos, tanto a incrementar cantidades como a mejorar calidades.

Aceptando que el control de precios puede resultar efectivo durante un tiempo, pero sabiendo que la historia económica nos demuestra una y otra vez que resulta inefectivo en el largo plazo, y por lo general, también en el largo plazo genera más problemas que los que resuelve, entonces la respuesta desde la oferta es decisiva. Sabemos también que la oferta tiene dos componentes, la producción nacional y las importaciones. También es conocido por todos que en las condiciones actuales de Cuba las importaciones no podrán ser incrementadas en una cantidad significativa.

¿Cómo absorber ese incremento de demanda y evitar un proceso inflacionario?
Las soluciones de largo plazo están esencialmente por el lado del incremento de la producción nacional, sin embargo, no es posible esperar el “largo plazo”. Pedro Monreal, tomando como base un trabajo de Betsy Anaya y Anicia Garcia, encontraba una cifra de 100 millones de dólares como la cantidad de dinero necesaria para alcanzar un incremento importante de la oferta y planteaba un grupo de alternativas para encontrar esos 100 millones, en lo fundamental mejorando la asignación presupuestaria. Sin dudas es un ejercicio muy útil que imagino ya haya sido realizado también por las autoridades cubanas.

Otra “fuente” de incremento de la oferta en el corto plazo pudiera estar en la restructuración de las importaciones que hacen “nuestras” cadenas de tiendas.
Manteniendo la cifra global de importaciones de bienes de consumo, sería posible cambiar la estructura de esas importaciones y dirigirlas hacia aquellos productos sobre los que previsiblemente recaerá una parte importante de la nueva demanda.

En “nuestras” cadenas de tiendas, es bastante común ver productos muy sofisticados y de una demanda muy concentrada en segmentos de altos ingresos, con precios que dan miedo. ¿Acaso no es posible que los “responsables” de hacer esas compras puedan tener en cuenta esta nueva situación y encontrar alimentos más baraticos y comunes, de esos que una parte de nuestro pueblo podría comprar a partir de estos nuevos incrementos? Se trata de una filosofía del negocio del comercio minorista bastante conocida, ganar más por volumen que por precio, algo que al parecer no goza de muchos adeptos en “nuestras” cadenas de tiendas.

También hay que estimular el ahorro. Aun cuando la propensión marginal y media a consumir es muy alta, no hay razón para no generar mejores planes de ahorro que estimulen a las personas y familias a los que se le incrementa sus ingresos a ahorrar una parte de ese incremento. Es cierto que una buena parte de los que recibirán incrementos para nada pensarán en abrir cuentas de ahorro, pero no hay por qué no intentarlo. También es ocasión de ser más proactivo.

Pero no hay dudas de que lo fundamental es estimular la producción. “Defender la industria nacional” se ha dicho una y otra vez. Una parte de las medidas anunciadas van en esa dirección, en especial aquella que pone en manos de los directores de empresas la posibilidad de distribuir hasta cinco salarios mensuales a partir de las utilidades y también aquellas otras que permitirán a las empresas que exporten o que se relaciones con la ZEDM retener una parte de esos ingresos en dólares y disponer de ellos para garantizar esas producciones, o aquella otra medida que permitirá a algunas empresas disponer de cierta flexibilidad para importar determinados productos. Todo ello puede contribuir a ese tan ansiado incremento de la oferta desde la “producción nacional”.

También es importante entender que la “industria nacional” rebasa al sector estatal. Desde lo pequeño se puede contribuir, y mucho, a generar capacidad de absorción para ese incremento de demanda. Sin dudas aquí la capacidad de los gobiernos locales para movilizar, estimular, promover a esos productores (de bienes y servicios) es fundamental. Sumar debe ser la palabra de orden.

¿Cuánto puede contribuir el sector campesino, en especial el sector privado y cooperativo, responsable de más del 80% de la producción de alimentos agropecuarios? Quizás aquí también habría que revisar los incentivos.

Cuba siempre padeció de una muy fuerte contradicción entre aquellos que hicieron de la importación un magnífico negocio y aquellos otros que se empeñaban en producir nacionalmente parte de lo que se importaba. En términos de historia económica era la contradicción entre la burguesía importadora y la burguesía productora. Hoy esa contradicción entre productores e importadores también existe.

La coherencia entre todas las medidas y los propósitos contenidos en la visión de país será determinante. La consistencia en el tiempo también.

También es cierto que, tal cual dice el Ministro de Economía, el dinero que se usa para una cosa no se puede usar para otra –es lo que en economía llamamos un bien rival– por lo tanto, si no compramos cascos de guayaba CEPERA (6,15 CUC la lata en la tienda) para poner ese dinero en el fomento de la producción nacional de “cascos de guayaba” y al final no logramos producirlos, pues entonces ni cascos nacionales ni importados. De todas formas, vale la pena el riesgo.

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