Por: Pedro Ibrahím González Villarrubio
El sufrimiento no se puede situar puntualmente solo en épocas o momentos de la historia humana. Es consustancial a la experiencia humana.
Como parte de la gestión humanitaria para paliar el dolor, existe toda una historiografía de esas diligencias de apoyo (psicoterapias). Se puede afirmar que las primeras «psicoterapias» (o protopsicoterapias) tienen su ancestro en los mismos orígenes de la humanidad: la terapia por la palabra, la sugestión, la persuasión, la hipnosis, la música, la catarsis y la introspección a través de la meditación.
El psicoanálisis, sin embargo, es el primer camino de la psiquiatría académica en general y de la psicoterapia en particular. En la época de Freud, creada la Terapia Psicoanalítica, el médico asistía a unas cincuenta personas en toda su vida profesional debido a la estructura privada de la práctica médica o por la poca cultura de la atención médica psicológica de entonces. Ya él había advertido que creaba una dependencia morbosa, más cómoda, por ser humanamente más cercana a las experiencias de soporte maternales y porque podía generar menos sufrimiento que la introspección, dejada al campo de la experiencia de los místicos. Así describió el Complejo de Madre Superiora. Sin darse cuenta —o por narcisismo profesional—, los psicoterapeutas corrían el riesgo de convertirse en madres superioras de los huérfanos, desamparados, o inmaduros.
Al poco tiempo se percibió que esa psicoterapia era lenta, requería demasiado tiempo y muy cara en términos financieros. Excluía automáticamente a una parte importante de la población que necesitaba ayuda.
Luego de la Segunda Guerra Mundial se necesitó la atención y apoyo a lo que hoy se llama reacciones a stress postraumático, aunque aparecen con otras denominaciones equivalentes. Comenzó entonces a teorizarse acerca de psicoterapias breves de apoyo. A la vuelta de la esquina de la centuria pasada se apreció que tales demandas psicoterapéuticas habían abarrotado la demanda sanitaria.
La historiografía de la psicoterapia de apoyo tomó otro camino: Carkhuff, Carl Rogers, Victor Frankl intentaron sistematizar lo poco academizado del apoyo (support) prefiriendo indicar un proceso de acompañamiento poco reglado académicamente. Pero esta vía también halló resistencias o aparentes fracasos.
El aparente fracaso terapéutico de la introspección académica se justificó en dos tipos de «pretextos»: primero: la introspección no se asumía como cultura; y segundo: las personas afectadas preferían buscar la génesis de la infelicidad en los factores externos antes de considerar la participación importante de su mundo interior. Por tanto, buscaban recetas, recomendaciones fáciles, rápidas y no dolorosas; descartando a priori que no lograrían trabajar por su propio cambio.
En otras condiciones, en contextos hospitalarios, los pacientes necesitaban apoyo y eran muchos. Pratt y otros médicos generales observaron que sentir que no estaban solos en un mismo sufrimiento mejoraba su estado. Se habló entonces del valor indudable de la abreacción o catarsis ya descrita en la medicina grecolatina.
Sin embargo, se trataba de procesos de ayuda ante un mismo tipo de sufrimiento: la tuberculosis. Como padecimiento homogéneo para un grupo funcionaba bien el proceso: mal de muchos, consuelo de todos.
Estos procederes sirvieron de base operativa para conflictos más complejos y surgieron otros caminos: las terapias gestálticas, en las que se rompía con el tabú del contacto físico psicoterapéutico. Aunque no se niegue el valor de este gesto en términos antropológicos y simbólico – maternales, tampoco atraía a la población del mundo occidental —que a diferencia de la cultura asiática, se percibe distanciada entre la gente— y se asumía limitada desde sus inicios para un amplio público demandante.
Ya en la segunda mitad del siglo XX, sobre todo en el contexto geográfico latinoamericano, la población necesitada de apoyo psicoterapéutico admitía sentirse bien con una palmadita en el hombro, y algunos autores la criticaron como un proceder light y la titularon con cierto aire peyorativo, quizás con mucha razón: palmoterapia. El conflicto surgió cuando la palmoterapia tuvo que enfrentarse a nuevos problemas sanitarios que parecían no tener cabida en los modelos psicoterapéuticos, al parecer no actualizados académicamente: ¿Cómo apoyar al moribundo con lucidez de conciencia? ¿Qué hacer frente a una persona que tiene un padecimiento incapacitante crónico, o la tristeza por un familiar enfermo grave, o el duelo?, ¿qué necesita y en qué medida y con qué límites el terapeuta puede proveer a esas necesidades (de ajuste, integración, maduración, evolutivas) y ¿cuál «filtro» existe (si es que existe de forma reglamentada) entre la solución proveedora riesgosa de manipulación y el excesivo intervencionismo? ¿Acaso hoy está clarificada académicamente la visión de las psicoterapias tanto como vehículo de autorrealización y como tecnología?
Además, ¿son contestaciones culturales llenas de significados aceptables a los problemas emocionales y psicopatológicos de la vida? ¿Se cuestiona el psicoterapeuta contemporáneo si el paciente que tiene delante está buscando un oyente comprensivo, un ingeniero conductual, o un experto para solucionar todos los problemas y vicisitudes de la vida? ¿Será que estas últimas actitudes mencionadas son las que las personas inconscientemente quieren? ¿Esta es la perspectiva bioética posmoderna?
Urge clarificar en la academia los límites teóricos y antropológicos porque apoyar deliberadamente desgasta al proveedor (Síndrome de Sísifo o Síndrome de Burn Out), envicia la pasividad al demandante de apoyo, hace difusa la necesidad de apoyo legítima (Síndrome del cuidador) y aúpa —negando el valor del sacrificio útil— la pseudo cultura del soporte.
Referencias bibliográficas:
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