Publicado en OnCuba el 7 de octubre de 2019
Hemos sido convocados a pensar como país, y después a pensar con el corazón. Para pensar así lo primero que hay que hacer es pensar qué significa esto, si tiene sentido o si es un lema bonito que no nos lleva a ninguna parte.
Lo más importante del país son los paisanos, cubanos y cubanas que viven en Cuba o fuera de ella. Para pensar como país hay que pensar como cubanos, lo que nos obliga a sentir antes como lo mismo. Pero también hay que pensar en los paisanos. Pensar en ellos, en sus problemas, en sus sueños, en sus frustraciones y esperanzas.
Los países no piensan, sus habitantes sí lo hacemos, a veces a duras penas, pero al menos lo intentamos. La imagen poética, adorno para la política, debe ser explicada en este caso. Puede ser pensar para el país, como si fuéramos el país, como si nos importara el país.
El símil, casi hipérbole, que nos compara a nosotros, ciudadanos simples, con todo el país, debe ser descompuesto para entender su posibilidad y utilidad. Y también deben ser analizadas hasta lo hondo las preguntas, ¿qué significa país, en esta consigna?, ¿será la historia de Cuba?, ¿será la identidad nacional?, ¿será la anchura geográfica de la patria?, ¿será el catálogo de problemas que tenemos?
Creo que falta darnos el espacio y el tiempo para discutir como ciudadanía y como pueblo, como cultura cubana, entre nosotros y con los funcionarios del Estado y del Partido, qué país necesitamos ser, qué país merecemos los cubanos y las cubanas, qué país necesita el mundo que seamos, qué país tenemos derecho a ser los paisanos de Cuba.
Pensar como país progresista
No me interesa pensar como un país perdido. Prefiero saber cuál es nuestra cultura. Qué somos los cubanos, qué hemos sido, qué historia hemos tenido, qué aportes hemos hecho, qué errores hemos cometido, qué es admirable de nuestro relato de patria, qué es necesario evaluar, sobrepasar, considerar deplorable, aunque nuestro también.
Si solo pensamos en Cuba como algo que hay que conservar, defender, mantener, custodiar, amurallar, se detiene la creatividad política, se congelan las políticas renovadoras, se dejan para mañana los cambios, se regaña al que quiere movimiento, se vigila al que sueña mucho, se sospecha del que lanza criterios, se llama a contar a los que creen que la revolución es constante o muere.
Solo me interesa pensar a Cuba como un país vivible, que debe ser para mí un país progresista, es decir, que defienda los derechos humanos, que crea en la juventud, que invente todos los días una razón para vivir en Cuba, que haga que valga la pena llegar a los ochenta años con salud, que salve como la joya más preciada la equidad, la igualdad, la justicia social.
Para ser un país progresista hace falta tener funcionarios públicos que estén a la altura de la más alta cultura cubana. Si nuestros funcionarios y políticos no van a estar a la altura de Ernesto Lecuona, de Omar Linares, de Choco, de Alicia Alonso, de Nancy Morejón, de Carlos Acosta, de Alfredo Despaigne, de José Dariel Abreu, de Yaimé Pérez, de María del Carmen Barcia, de Bola de Nieve, de Víctor Fowler, de Eugenio George, de Mireya Luis, de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, del Reverendo Raimundo García Franco, de los estudiantes cubanos que ganan medallas en las olimpíadas científicas, de los filatelistas laureados de Cuba, de los que llevan décadas enseñando en escuelas primarias, con dignidad y calidad, de los que mantienen negocios prósperos en Cuba como empresarios estatales o empresarios privados. Si no van a estar a la altura de las miles y miles de amas de casa de Cuba que mantienen hogares decentes y han educado generaciones de paisanos buenos para la patria, entonces preferimos que se jubilen.
Pensar como Estado de Derecho
Me interesa que Cuba sea un Estado de Derecho. Es un alivio que lo diga la Constitución. Hay que trabajar duro para eso. Hay que legislar a la altura de la historia de Cuba, de la historia de la revolución y a la altura de lo más avanzado que ha hecho y hace el resto del mundo sobre legalidad, fortalecimiento institucional, acceso a la justicia, transparencia en el actuar de la administración pública, garantías a los derechos humanos, control constitucional para defender lo que se consagra en la Carta Magna.
Un Estado de Derecho debe pensar a través de la ley, a través de la Constitución, como método, como derecho y como deber. Nada de lo que haga el Estado, dígase también y, sobre todo, sus funcionarios, puede estar fuera del ámbito de la ley, de lo regulado por diferentes disposiciones normativas del país. En un Estado de Derecho, los que administran o gobiernan no pueden llamar mercenarios a personas que no lo son, sin consecuencias jurídicas. En un Estado de Derecho una administradora de una función específica de gobierno, no puede decir que los profesores universitarios deben abstenerse de hablarles a sus alumnos de derechos humanos, porque esta orientación viola la Constitución y los instrumentos internacionales de derechos humanos ratificados por Cuba.
Pensar como un país que es un Estado de Derecho es más difícil que pensar en un país que es una simple aldea, es más difícil que pensar en un país que es un estado de facto, es más difícil que pensar en un país que no tiene leyes u orden. Pensar como país en Cuba debe ser pensar en la necesidad y el derecho a que seamos un país con justicia, paz y orden.
Pensar como país democrático
Cuba es una República. Desde Carlos Manuel de Céspedes hasta los pioneros que hoy recitan en los matutinos de Cuba, somos República. Ahora la República parece una estatua vestida de oro que custodia los salones imponentes del Capitolio Nacional, pero también es República, el enjambre de mujeres que cada día viene de la Cuevita, en San Miguel del Padrón, hacia los barrios residenciales de la Habana, a vender escobas, percheros, haraganes, palitos de tender.
No me interesa pensar en una Cuba que no sea una República Democrática. La democracia es el antídoto perfecto para todos los venenos imperialistas, para el odio del bloqueo, para la cultura del terror, para la enfermedad de la desconfianza en la política, para los espejismos que dejan ver a un capitalismo hermoso y justo, pero sin democracia todo lo que dicen nuestros enemigos se convierte en verdad, porque vivir sin democracia no es algo que forme parte de nuestro pacto como seres humanos.
Pensar como República democrática es pensar en una forma de vida donde la esfera pública se hace familiar, donde participar en política es tan natural como despertar en la mañana, donde el pueblo es soberano y no hijo merecedor de curatela, donde la asamblea del pueblo es tan divertida como el carnaval, donde la elección es una fiesta, donde hacer política es siempre un acto colectivo, aunque la decisión la tome a veces un individuo.
Pensar como un país que respete y aliente a la República Democrática, con leyes, debates, deliberaciones, prensa libre, libertad de palabra, libertad religiosa, Estado laico, controles populares a la política y a los políticos, mandatos revocables sin traumas y pueblo presente y atento, es un paso firme para pensar como un país socialista.