Palabras de Monseñor Giorgio Lingua, Nuncio apostólico en Cuba, en la recepción por su despedida

Mons. Giorgio Lingua

Palabras de Monseñor Giorgio Lingua, Nuncio apostólico en Cuba, en la recepción por su despedida y en honor del cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el 11 de septiembre de 2019, en La Habana

Eminencia,                                        

Excelencia,

Excelentísimos Obispos y Embajadores,

Miembros del Minrex y la O.A.A. Religiosos,

Hermanos y hermanas:

Es un honor para mí terminar mi misión en Cuba con la agradable visita del Cardenal Angelo Becciu, a quien agradezco de corazón por haber venido a celebrar una Misa de sufragio por el descanso del alma del Emmo. Card. Jaime Ortega con quien había tenido la oportunidad de colaborar durante su estancia en La Habana como Nuncio Apostólico.

Al recordar al Card. Ortega, a quien va mi agradecido pensamiento, también quiero hacer memoria del Card. Roger Etchegaray, recientemente fallecido, y que, tanto como Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz como al frente de “Cor Unum”, visitó Cuba, se encontró con el Presidente Fidel Castro y dejó establecidas Caritas cubana y la Comisión Nacional Justicia y Paz.

El Cardenal Becciu, después de haber sido Sustituto de la Secretaría de Estado, comparable, por así decirlo, a un Ministro del Interior de la Santa Sede, primero con el Papa Benedicto XVI y luego con el Papa Francisco hasta hace un año, ahora es Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y se está ocupando, entre otras cosas, de la causa de la beatificación de un ilustre cubano, el Padre Félix Varela, cuyos restos están depositados en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. El P. Varela fue uno de los precursores de las ideas independentistas en la Isla y a quien José Martí definió como el hombre que enseñó a pensar a los cubanos.

Dirijo también un saludo especial al nuevo Cardenal que se creará en el consistorio del próximo día 5 de octubre, al Arzobispo de La Habana, S.E. Mons. Juan de la Caridad García Rodríguez. Muchas felicidades, Excelencia.

A poco más de un mes de la muerte del ya mencionado Cardenal Ortega, el nombramiento de un nuevo cardenal cubano muestra una vez más el afecto del Papa Francisco por este País y esta Iglesia.

Después de 4 años y 5 meses en Cuba, ya me toca despedirme. Parece que llegué ayer y, en cambio, ¡cuántas cosas han sucedido!

Tan pronto como llegué, tuve el honor de recibir al Papa Francisco, en una visita pastoral a Cuba en septiembre de 2015, hace casi 4 años, y de haber tenido la alegría, y la sorpresa, de recibirlo nuevamente 5 meses después, aunque sólo durante unas horas, en el aeropuerto de La Habana, para el histórico encuentro con el Patriarca de Moscú Kirill. Así, hasta ahora, Cuba se ha convertido en el único país del mundo donde el Papa Francisco ha estado dos veces y permanecerá para siempre en la historia de la Iglesia como el país que hospedó un evento con un alcance único en el diálogo ecuménico. Lo que parecía imposible, hasta hace poco tiempo antes, se realizó como prueba de que, cuando se quieren dar pasos en el camino de la reconciliación, es posible: un poco de coraje y mucha buena voluntad son suficientes.

Estoy seguro de que sólo en el futuro seremos capaces de valorar plenamente el alcance de este evento, que hasta ahora, tal vez, no ha dado los resultados esperados, pero la semilla ha sido arrojada, una pequeña planta ha nacido, aquí mismo. El Papa Francisco, tan halagador en su espontaneidad, en aquella ocasión llegó a declarar: «si Cuba continúa así, será la capital de la unidad». Una vez más, agradezco a las autoridades, en particular al entonces presidente Raúl Castro, que facilitó este encuentro.

Una de las preguntas que me hicieron con más frecuencia mis colegas embajadores o visitantes ocasionales durante mi estadía en La Habana fue esta: «en Cuba, ¿hay libertad religiosa?»

Al ser la última oportunidad para dirigirles estas palabras antes de salir para otro destino, creo oportuno reconocer y valorar, ante todo, los aspectos positivos que he constatado en este campo. Basta pensar en los cambios a nivel teórico y jurídico (como las modificaciones constitucionales hasta la definición de “Estado laico” codificada en la última Constitución) y también prácticos, en la vida cotidiana, en favor de la libertad religiosa. Es suficiente pensar en los jóvenes que fueron a la JMJ en Panamá, a los que se les facilitó la salida del País, otorgándoles, en sus respectivos centros de trabajo y en la universidad, los permisos para asistir al evento. Hay que resaltar, además, que Cuba nunca ha interferido en el nombramiento de obispos y siempre ha dejado la mayor libertad de elección a la Iglesia en todos sus nombramientos. No sé cuántas visas por razones religiosas de corto y largo plazo se estén otorgando cada año, una cantidad, sin mencionar las autorizaciones concedidas para procesiones y eventos públicos de la Iglesia. Todos los obispos que quisieron pudieron hablar por radio con motivo de la reciente Fiesta de Nuestra Señora de la Caridad, Patrona de Cuba. Todo esto es cierto. En fin, ha habido un indudable progreso en el campo de la libertad religiosa.

La Sra. Caridad Diego Bello, que saludo cordialmente y agradezco su presencia, responsable durante 26 años de la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista de Cuba, testigo y artífice privilegiada de la visita de tres Papas a esta Isla, puede confirmar lo que he dicho y quizás añadir otro tanto.

Pero … ¡hay un pero! Creo que hasta ahora no hemos llegado a entendernos sobre el significado de “libertad religiosa”. Ésta, de hecho, no puede limitarse a la “libertad de culto” que podemos decir en Cuba es casi total. Es cierto que se debe buscar permiso siempre que se organice un evento litúrgico público, pero esto es comprensible: libertad no significa anarquía. La coordinación y la cooperación son necesarias. Sobre todo cuando un evento involucra a varios sectores de la sociedad.

Sin embargo, para que la libertad religiosa sea plena, la libertad de culto no es suficiente. También es necesario garantizar las condiciones para que una religión pueda desarrollar su misión y la promoción integral del ser humano de acuerdo con sus cánones y hace falta tener las herramientas y los medios necesarios para hacerlo.

Esto es lo que se entiende cuando se habla de “laicidad positiva”, que implica que los Estados no ignoren la función irremplazable de la religión para la formación de las conciencias y para su contribución a la creación de un consenso ético fundamental en la sociedad.

Lo que un Estado laico debe valorar no son los dogmas religiosos, sino la contribución de las iglesias al bien común, es decir, los frutos sociales que se derivan de las convicciones religiosas de la ciudadanía.

Y eso es porque la religión no se limita a la esfera privada o al aspecto litúrgico. Implica una visión de la vida, del mundo, de la persona, de las cosas, que es necesario poder comunicar libremente, con la posibilidad de ofrecer a todos aquellos que lo desean, creyentes o no, la oportunidad de conocer este punto de vista.

El artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos dice: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

Para la plena libertad religiosa también es necesaria la posibilidad de enseñar. Y aquí, me parece, las cosas no están del todo claras. El papel educativo de la Iglesia es generalmente «tolerado» en este País, lo que no es poco, pero aún no está totalmente aceptado.

Quizás todavía no está implementado lo que afirma también el art. 73 de la nueva Constitución cubana cuando dice que en la educación tienen responsabilidad la sociedad y las familias.

Desde ya algunos años, se ha llevado a cabo un diálogo interesante sobre este asunto entre la Iglesia y el Estado cubano sin llegar a un común entendimiento.

Uno de los momentos privilegiados de mi estadía en Cuba fue haber podido asistir a la reunión privada entre el Papa Francisco y el Comandante Fidel Castro. En el intercambio de regalos, el papa Francisco le ofreció a Fidel, entre otras cosas, un DVD que contenía la grabación de una conferencia sobre la fe de un sacerdote jesuita, el P. Armando Llorente, que había sido profesor de Fidel. El Comandante, recibiendo de buen grado el regalo, afirmó:

«Si me convertí en rebelde fue por su culpa, porque él me enseñó a pensar con mi propia cabeza».

Esto es lo que queremos ofrecer como Iglesia católica cuando se trabaja en el campo de la formación: dar una visión del mundo, de la creación, del hombre, de la sociedad, desde el punto de vista de la fe, pero dejando y alentando también a cada uno a pensar por sí mismos.

A la pregunta, por lo tanto, si hay libertad religiosa en Cuba, después de 4 años en este país, creo que puedo responder que estamos en el camino correcto, pero, en mi humilde opinión, todavía hace falta dar algunos pasos, hace falta continuar caminando.

Y voy a terminar mi reflexión intelectual con algo mucho más existencial. Sí, porque la experiencia cubana ha marcado profundamente mi ser y el modo de ver las cosas. Pero, hay una cosa que ha sido para mí un descubrimiento placentero y que de ahora en adelante acompañará mi futuro: la moringa. Me he convertido en un “moringómano”. Me he alegrado cuando hace algunos días he leído la noticia que Cuba ha decidido acrecentar el desarrollo del programa de plantas proteicas. Ahora puedo irme tranquilo, mi moringa está en buenas manos.

Les espero en Zagreb, donde quizás no tendremos moringa ni ron, pero aguardiente y papas hay en abundancia. Gracias por su amable atención.

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