por: Mario Valdés Navia, en: jovencuba, 28 de abril de 2020
La covid-19 ha de cambiar nuestra forma de ver la vida y la muerte. Un pueblo alegre, solidario y alejado del tema por razones culturales, se estremece cuando seis de sus miembros mueren por la epidemia en una jornada, pero en el mundo mueren de hambre 6000 infantes en ese lapsus, y no pasa nada. En la Isla, cada día “normal” del 2018 falleció una media de 291 compatriotas por diversas causas. Solo por influenza y neumonía —cuarta causa de muerte— lo hicieron 8248, 22 por día[1].
Claro que lo importante para todos en este momento es respetar el aislamiento para evitar la explosión del contagio y que vayan a colapsar los servicios de cuidados intensivos, con su triste corolario de muertes evitables. Pero, cuando esto pase, sería bueno que hiciéramos una relectura de nuestros conocimientos, puntos de vista y valores sobre la vida y la muerte, la cuestión más importante para los seres humanos desde que Zeus nos la impuso como castigo por aceptar el fuego que el generoso Prometeo nos había obsequiado.
Cuando muchos sueñan con regresar a la normalidad yo me digo: “No, la normalidad no funcionaba. Ella fue la causa del problema”.
En primer lugar, porque si el virus viene de los animales salvajes, como afirman la OMS y la mayoría de los científicos, fue la explotación desmedida del planeta la que, al destruir cada vez más terreno virgen, puso en contacto directo a la fauna silvestre con personas que la compran habitualmente para comer. Por eso existen esos infectos mercados populares en China y otras regiones de Asia, África y América Latina, adonde acuden los proletarios ante la falta de dinero para comprarse una alimentación adecuada.
Las hermosas imágenes de mares y ríos transparentes, animales creídos extintos que reaparecen, y otros silvestres que inundan los espacios temporalmente vacíos de personas en campos y ciudades, en lugar de parecernos regalos de Dios para embellecer nuestro temporal encierro, nos debían llenar de vergüenza y hacernos meditar largamente. Mientras muchos disfrutamos de verlos, otros engrasan sus fusiles y afilan sus arpones para la fácil matanza que harán el día que puedan caer sobre los desprevenidos animales.
¡Cuánta razón tenían los ecologistas y defensores de la permacultura y que mal los hemos tratado! ¡Cuánto nos reímos de ellos, tildándolos de irresponsables, retrógrados y ecoanarquistas, ante sus reclamos de salvar el planeta! ¡Gloria a las “locas” distopías de la ciencia ficción que nos prepararon para lo que venía mucho mejor que los gobiernos! En Cuba, nos alcanzó el sars-cov-2 sin haber avanzado lo suficiente en la reforma del modelo.
Ahora surge la pregunta clave: ¿hay que congelar las reformas y continuar con los viejos métodos –si es eso posible aún−, o hay que seguir adelante a marchas forzadas y hacer en tiempos de pandemia lo que se podía haber hecho en la normalidad?
Ahora, las cosas se tornan más claras para tirios y troyanos: el sistema primario de salud, los grandes centros de investigación y sus colectivos de científicos y la industria biofarmacéutica, frutos del alto grado de socialización socialista que permite la propiedad estatal, son las grandes fortalezas que el pueblo agradece y la mayor parte del mundo admira. Pero, la agricultura estancada, el desbarajuste de acopio, la industria minimizada y la escasez sempiterna de los mercados populares, se muestran incapaces de hacer frente a las demandas de una población en cuarentena.
Durante décadas se han escrito artículos, ensayos y libros enteros llenos de propuestas viables para dar solución a esos problemas mediante el fomento de la autogestión empresarial, cooperativas en diferentes sectores, fomento de las pymes y una reforma general de la circulación monetario-mercantil que facilite el funcionamiento económico. Están engavetados casi todos, sometidos a lo que Engels llamara con sorna: “la crítica demoledora de los roedores”.
Espero que esta crisis vírica nos lleve a acelerar las reformas y alcanzar un estadio superior en el funcionamiento del modelo cubano. No: “regresar a la normalidad”, sino alcanzar un estado de postnormalidad que permita superar la época de las inversiones inexplicables, la gobernanza por decretos, la televisión feliz y la soberbia burocrática. ¡Si hasta el planeta parece resetearse al paso de la covid-19 y se habla de un inevitable reacomodo de las potencias y sus esferas de influencia global, es lícito pensar que en Cuba también se harán las cosas de otra forma!
Espero que novedades como: el teletrabajo, la relación más directa del productor agropecuario con los mercados, el “descubrimiento” oficial de que no se puede tratar por igual a proletarios y burgueses como TCP, el poder de las redes sociales, y la revalorización del lugar que ocupan los científicos, artistas y el personal de servicios en la sociedad, formen parte habitual de la vida en la postnormalidad.
También, que mirar la muerte a los ojos es parte del día a día y prepararse para ella ha de ser parte de la vida desde la niñez. Por eso hay que facilitarle oportunidades a la gente para lograr la mayor cuota de prosperidad y felicidad posible en el breve lapsus de sus vidas, no en un futuro incierto cuyo horizonte se aleja cada vez más.
[1] Anuario Estadístico de Cuba 2019, Cuadros 3.15: “Defunciones por edades quinquenales y sexo”, 19.18: “Tasas de las principales causas de muerte”; Anuario Estadístico de Salud de Cuba 2018: Cuadro 19: “Mortalidad según primeras 35 causas de muerte. Ambos sexos” y cálculos del autor.