La Sagrada Familia en Cuba, hoy

Por: Hno. Francisco Javier Anso y Abel Castillo López

En Cuba, hoy, las cosas no son fáciles; lo sabemos muy bien. En estas circunstancias, ¿podría o no vivir aquí la Sagrada Familia? La respuesta a esta pregunta es que, sin duda, sí que podrían. Porque si ahora aquí hay crisis, crisis es lo que a ellos les tocó, hace dos mil años, vivir. Están hechos a este panorama. Están acostumbrados. Tienen tablas.

Si retrocedemos en el tiempo y nos vamos al momento histórico en que María, José y Jesús vivieron; si viajamos y nos vamos a la Galilea y a la Tierra Santa que ellos conocieron, veremos que en aquel entonces la situación era todo menos tranquila y apacible. Un país pobre, ocupado por un imperio cruel e injusto que, con la ayuda de cómplices locales, oprimía y martirizaba al pueblo. En ese ambiente vivieron los tres protagonistas de que estamos hablando. ¿Cómo pudieron hacerlo? ¿De dónde sacaban fuerzas para resistir? ¿Algo de su experiencia puede servirnos a nosotros, cubanos del siglo XXI? Veámoslo.

Los Evangelios de Lucas y Mateo nos hablan de ellos. En este escrito nos fijaremos en María y José y en lo que ellos vivieron. De momento, dejaremos de lado a Jesús (¡un atrevimiento que esperamos que se nos perdone!)

María y José creían en Dios y lo amaban. Confiaban en Él y estaban dispuestos a aceptar su voluntad. Sin saber muy bien a dónde les llevarían las palabras del Ángel que les visitó, tanto María como José dijeron SÍ. Un SÍ que cambió sus vidas. Un SÍ que cambió la historia.

La Santísima Trinidad, que era puro y eterno amor, quiso compartir su identidad y esencia, es decir, el amor, con los seres humanos que habían creado. Y para hacerlo, quisieron contar con esos mismos seres humanos. No querían imponer nada, ni tan siquiera, el amor. Y por ello eligieron a una mujer, María, y a un hombre, José, para invitarles a participar en un proyecto conjunto: se trataba de que Dios y ellos trabajaran juntos. Para ello, el Padre aceptó acomodar su pie, divino y eterno, al pie humilde, pequeño y humano de esas dos personas y poder así caminar juntos. Para hacer posible lo nunca visto hasta entonces y que nunca volverá a repetirse: que el Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad Divina, se hiciera hombre sin dejar de ser Dios, viviera como cualquier otro ser humano, y entregase su vida al anuncio liberador de la Noticia de que todos somos hermanos, hijos e hijas de un mismo, común y único Padre Todo amoroso. ¡El Evangelio; la Buena Noticia!

Sin entender mucho lo que se les proponía y a lo que se les invitaba, pero fiándose totalmente de Dios, María y José dijeron sí. Como otras muchas personas, los dos tenían sus sueños y sus planes, pero no dudaron en dejarlos a un lado para aceptar lo que Dios les iba, poco a poco, descubriendo y proponiendo. Y lo primero que aceptaron, lo más importante, era un niño pequeño, recién nacido, ¡Jesús!

A Jesús dedicaron su vida entera. Por Jesús hicieron todo lo que fue necesario para que estuviera a salvo de sus perseguidores, creciera, se educara, llegase a ser un buen israelita, un heredero de la Promesa, un hijo de Abraham, un servidor, un hermano…

¿Cómo pudieron hacerlo? Lo lograron porque ellos mismos vivían lo que querían transmitir a su Hijo. María y José eran humildes servidores de Dios y de los demás. Obedientes y temerosos de Dios, acogieron su Palabra y se comprometieron con ella. Supieron acompañar a Jesús en su crecimiento. Le enseñaron qué era eso de ser un ser humano, una persona, un hombre, un hermano. La vida de María y de José era la mejor escuela que pudieron dar a su Hijo, y Jesús aprendió de ellos dos. ¿Recuerdan ustedes aquella frase que dice “¿Vive de tal manera que cuando a tu hijo le pregunten qué es la honradez, él pensará inmediatamente en ti y sabrá qué significa eso?”. Así fue en Nazaret.

José y María se ocuparon de su hijo. Le enseñaron todo. Desde la oración, hasta la responsabilidad y fidelidad de su palabra. Le enseñaron un oficio con el que ganarse la vida; a vivir en paz con los demás y a no conformarse con la injusticia. Le enseñaron a comprender que vivir es servir a los demás y no servirse de los demás. Le enseñaron a tener los ojos abiertos para ver cuándo se acaba el vino en una boda y cuándo hay que hacer algo para alimentar a los que escuchan la Palabra en el desierto para que no se desmayen en el camino… Este tipo de cosas enseñaron María y José a Jesús. Y este, no las olvidó jamás.

Educar a un hijo o a una hija no ha sido nunca fácil. Ni hace dos mil años ni ahora; tampoco lo será en el futuro próximo. Pero para hacerlo, para educar bien a un hijo, hace falta que sus padres, que su madre y su padre, estén unidos y se apoyen mutuamente. Si cada uno va por su lado, el muchacho o la muchacha se desorientará y el resultado será un desastre. Por eso, padre y madre deben hablar mucho entre
ellos: para actuar de común acuerdo; para ayudarse a comprender lo que no entienden. En los Evangelios se dice más de una vez que María guardaba en su corazón lo que le iba sucediendo y que oraba pidiendo a Dios que le ayudase a comprender qué pasaba. Lo mismo hacía José: guardaba en su corazón lo que no acababa de comprender, y oraba pidiendo luz para entenderlo. Y ambos, sin duda, hacían algo más: hablaban entre ellos para, pensando juntos, descubrir qué tenían que hacer. Y así, durante muchos años en los que parecía que no pasaba nada y que Jesús, el que había sido anunciado como Hijo de Dios, era un niño más, igual a todos. ¿Ante esa normalidad, ¿cómo no tener dudas? ¿Y cómo no compartirlas con el esposo, con la esposa?

En este momento, hagámonos una pregunta: Una familia así, ¿conviene o no conviene a Cuba? ¿Es o no bueno para Cuba y sus familias, en este año 2024, el que una familia así se haga presente entre nosotros? Por decirlo de otro modo: ¿tiene o no sitio la Sagrada Familia en la Cuba de hoy?

Miremos a nuestro alrededor y veamos qué sucede. Descubriremos qué hay de todo un poco. Desde familias que parecen el polo opuesto a la de Nazaret, a familias que intentan semejarse a ella. Miremos a nuestro alrededor y descubriremos que Dios está presente entre nosotros, y que muchas familias intentan vivir de acuerdo a sólidos criterios morales y en ellos, como María y José, educan a sus hijos. Son familias
en las que, como en la de Nazaret, los padres han recibido también una invitación de Dios para colaborar con él en la formación de una familia sana, honrada y religiosa, y han aceptado esa propuesta.

También descubriremos, por desgracia, otras familias en las que se manifiesta el abandono, el egoísmo y la confusión, y que desde ahí educan, o mal educan, mejor dicho, a sus hijos e hijas. Familias en las que la situación desborda a sus miembros, incapaces de hacer frente a tantas dificultades de todo tipo y que necesitan la ayuda de la sociedad, la Iglesia y la de otras familias.

La respuesta a aquella pregunta parece evidente: Cuba sí necesita la presencia de la Sagrada Familia. Más aún, La Sagrada Familia
está ya en Cuba. Está en esas familias que tratan de cumplir su misión lo mejor que pueden. Miles y miles de familias que se esfuerzan en vencer las dificultades, los egoísmos, las infidelidades, los abandonos y las separaciones, y se esfuerzan en educar bien a sus hijos e hijas para que sean hombres y mujeres nobles, cabales, responsables, honestos, honrados. Estas familias existen en Cuba y de nosotros depende que su número crezca.

El futuro de Cuba descansa en familias así. Nos lo recordaba san Juan Pablo II en la Misa por las Familias que celebró en Santa Clara el 22 de enero de 1998: “¡Cuba cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón!”.

María y José creían en Dios y creían en ellos mismos. Tenían fe y esperanza. Que el Espíritu Santo se haga presente en las familias cubanas para que, así como el Hijo fue acogido y acompañado, lo sean también nuestros hijos e hijas, los cubanos de hoy y de mañana.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

REVISTA VITRAL

VITRAL WEB ESTÁ EN LA RED DESDE EL 22 DE FEBRERO DE 1999, CÁTEDRA DE SAN PEDRO

Mostrar Botones
Ocultar Botones
Scroll al inicio