La Iglesia ha sido, a lo largo de su historia, madre de los pueblos y maestra de civilización. Por esencia, el anuncio del Evangelio de Jesucristo, Buena Noticia, es humanizador. El Hijo de Dios encarnado, la Palabra hecha hombre, se inmiscuye realmente en todo el drama humano; así, no hay nada humano que escape de su alcance.
La historia, los pueblos, las civilizaciones ancestrales, las personas particulares, una vez que son tocadas por el Evangelio, se desatan en ellos un dinamismo que los mueve de la barbarie a la civilización, del error a la verdad, del paganismo y la increencia a la fe en el Dios verdadero. El avance del Evangelio representa el avance de la civilización.
Hay personas, tendencias, filosofías o algún otro tipo de movimiento en nuestros días, que quizá movidos por un espíritu más cientificista que científico, o guiados por alguna ideología, defiende contrarias ideas a las arriba expuestas. Son estos, herederos de las “luces” del siglo XVII, los promotores de ideas tales como la de la absoluta oscuridad medieval y el estanco del pensamiento científico suscitado por la iglesia; los que le achacan la autoría del “horroroso genocidio contra la humanidad” que constituyeron la Inquisición y las cruzadas, tópicos estos comunes para el desprestigio de la católica; los que, sin mirar la objetividad de los hechos, imputan a la Iglesia una larga letanía de culpas históricas.
En historia se dice que jamás se ha de juzgar un acontecimiento pasado con los ojos del presente, porque inmediatamente nos convertimos en jueces de la historia en lugar de aprendices de ella.
Sin el afán de ocultar las sombras, ni de caer en el extremo opuesto, me propongo en este breve, hacer fulgurar las luces, desempolvar las virtudes y enorgullecernos de las verdaderas hazañas de esos hombres, que, movidos por la fe, extendieron el nombre de Cristo por todas las naciones de la tierra.
Los primeros tiempos del mensaje
La labor evangelizadora de la Iglesia es uno de los capítulos civilizadores más importantes de la historia de la humanidad. Luego del mandato misionero de Jesús (Crf. Mt 28, 19-20), los apóstoles y los primeros cristianos esparcen por todo el mundo conocido la doctrina y enseñanzas de su maestro y Señor. Por los lugares donde fueron martirizados, sabemos hoy, qué tiempo después surgirían fuertes comunidades cristianas asentadas en la universalidad del mensaje. Esta palabra llegó a ser predicada en lugares tan distantes de Jerusalén como Roma, Macedonia, Turquía, Etiopia, Babilonia e incluso la India.
Los misioneros, además de la palabra del Señor Jesús, incorporaron a su predicación los valores culturales y sociales de la civilización helenística (grecorromana), convirtiendo la cristianización de los pueblos bárbaros y paganos en una labor también civilizadora, asentando en todo el mundo los principios de justicia y libertad que hoy presiden o están llamados a presidir las relaciones entre los hombres y los pueblos.
Los evangelizadores, además de predicar y bautizar, enseñan y curan, fundan y mantienen escuelas, hospitales y asilos, educan en el respeto a la vida, en la protección y asistencia a los más débiles y necesitados, impulsan la paz, la caridad, promueven la supremacía del bien común, condenan la violencia aún en riesgo de sus vidas.
El imperio romano cae
Mientras Roma se derrumba, despunta en el horizonte un nuevo principio de unidad. Recorriendo los mismos caminos que los legionarios y pretorianos, ahora, los predicadores anuncian el Evangelio. Las circunscripciones y diócesis romanas, se convierten en sedes de Iglesias; en poquísimo tiempo la fe católica se difunde por el territorio del antiguo imperio, incluso haciéndose presente en la aristocracia de los pueblos que iban surgiendo.
Con las ruinas del imperio romano, Europa se reduce a un mosaico heterogéneo de federaciones bárbaras que encontrarán en la Iglesia un nuevo principio de unidad. La caída del imperio deja a la Iglesia como la única guardiana de la cultura romana, la educación cristiana y la conservadora de todo el saber antiguo.
La Europa monástica
La expansión de las órdenes monásticas en Europa genera un inmenso progreso en varias áreas de la tecnología y el conocimiento intelectual. Obispos y monjes se esfuerzan por enseñar a los bárbaros a cultivar la tierra y construir ciudades; los introducen en el aprendizaje de las materias de la cultura clásica y la gramática. Fue además tarea de monjes, salvar en los monasterios, los códices que contenían todos los frutos de la cultura griega y romana, raíces de nuestra civilización.
Los monasterios constituyen el eslabón fundamental de aquella cadena que ató y conservó, que custodió y multiplicó el acervo intelectual y los tesoros de Occidente. Los ermitaños del siglo III d.C., la acción de San Benito de Nursia, patrono de Europa y fundador de la vida monástica en ese continente, Alcuino de York, Beda el Venerable, Cirilo y Metodio son solo algunos de estos pujantes monjes que se yerguen como paradigmas de esta época. Sus misiones iban desde la enseñanza en la escuela palatina de Carlomagno, la creación de nuevos caracteres caligráficos, hasta la traducción de la Biblia en lengua eslava para facilitar la evangelización de dichos pueblos. Europa se convierte en un continente monástico y la cruz es su bandera.
Otro pilar de la vida monástica fue la educación. Iglesia y enseñanza se convierten en términos correlativos, de tal manera que la vida del monje se resumía en oración, trabajo y estudio. Tales exigencias fomentaron un vasto enriquecimiento intelectual de los religiosos, que empezaron a impartir la única enseñanza seria de la época. Esta manera de enseñanza se fomenta mucho más a partir de la época del emperador Carlomagno, que ordenó la construcción de escuelas junto a las catedrales y abadías, cuyos profesores tenían que ser elegidos entre los monjes y sacerdotes.
Siglos después estas escuelas evolucionan hacia el concepto de la moderna universidad. Una de las obras más luminosas de la Iglesia medieval. Entre los siglos XII y XIV se registra en Europa la erección de 44 centros universitarios. De estos, 31 eran parcial o totalmente creación de la Iglesia.
Lo que no lograron las legiones romanas por la fuerza, lo consiguen los misioneros y evangelizadores que rodearon el Rin y el Danubio, convirtiendo a las tribus y pueblos germánicos y escandinavos. Gracias a la Iglesia, los godos, vándalos, vikingos, sajones o lombardos no solo abrazaron la fe de Cristo, sino que también incorporaron a sus sociedades el derecho, la filosofía, la ética y la organización social de la antigua Roma, civilizándose y estructurándose como naciones ordenadas.
Iglesia y ciencia
La lista de clérigos que han aportado valiosas contribuciones para el desarrollo de las ciencias humanas, naturales y exactas es una de las más grandes pruebas de la medida en que la Iglesia estuvo presente en los más variados campos del saber.
El P. Nicolás Steno es considerado el padre de la geología, el sacerdote Athanasius Kircher, padre de la egiptología; la primera persona en medir la taza de aceleración de un cuerpo en caída libre fue Giambattista Riccioli, sacerdote; al P. Roger Boscovich se le atribuye el descubrimiento de la teoría atómica moderna, entre otros. Curioso es que 35 cráteres de la Luna llevan el nombre de científicos y matemáticos jesuitas.
América, el nuevo continente
Todavía falta la que sería posiblemente la más importante hazaña y página de la Iglesia misionera. No es otra que la protagonizada por España con la evangelización de América, que conlleva la civilización del Nuevo Mundo.
Apenas once años después del primer viaje de Colón, en 1503, los franciscanos fundan la primera escuela en el nuevo continente, dedicada a la alfabetización de los indígenas. En octubre de 1538, los dominicos crean en Santo Domingo la primera universidad americana, y cuando décadas después, en 1636, los ingleses fundan en las colonias de Norteamérica su primera en Harvard, en la América Hispana, las órdenes religiosas tenían funcionando nada menos que 26 universidades.
América fue el lugar donde se levantó, cuando fue necesario, la cruz por encima de la espada. Fue la Iglesia Madre la que plantó cara a los conquistadores y sus excesos, la que denunció la esclavitud y los malos tratos hacia aquellos que eran igualmente personas como los europeos. Fue la Iglesia Civilizadora de Fray Bartolomé de las Casas, de Fray Junípero Serra, los jesuitas y franciscanos, la que funda estructuras urbanas y sociales que todavía hoy perviven. Es la Iglesia Maestra la que se compromete con la educación de los pobladores del Nuevo Mundo descubierto. Es la Iglesia Samaritana la que se preocupa por la salud de sus fieles.
La expansión del cristianismo es la expansión de la cultura, cultura que crece y se robustece a la sombra de los templos. La predicación del Evangelio es el avance de la civilización.
Es la Iglesia la que, sacando del Evangelio las enseñanzas, obtiene las herramientas necesarias para resolver conflictos, limar asperezas o hacerlas más soportables. Es la Iglesia, la que quiere y desea ardientemente que los pensamientos y las fuerzas de todos los órdenes sociales se organicen con la finalidad de mirar por el bien de todas las causas, de la mejor manera posible; y es ella la que estima que a tales fines han de orientarse, con justicia y moderación las mismas leyes y la autoridad del estado. Ella es la que trata de instruir no solo la inteligencia, sino también de encauzar la vida y las costumbres de todo hombre y pueblo por medio de sus preceptos. (Cfr. Rerum Novarum 16)