Por Ramón Emilio Jáquez Corona
El humanismo cristiano encuentra sus raíces en la doctrina social de la Iglesia y la construcción de una sociedad en la que se conjuguen los principios de libertad y participación, propios de las democracias occidentales, con el igualitarismo de los sistemas socialistas. El humanismo cristiano concibe la educación como un espacio para cultivar los valores, el conocimiento y la socialización de la persona que vive en comunidad.
El humanismo cristiano representa una confluencia entre la tradición del humanismo, que subraya el valor y la dignidad del ser humano, y los principios de la fe cristiana. Este enfoque busca reconciliar la valorización del individuo con una visión teológica que sostiene que la dignidad humana emana de la creación divina. A diferencia de otras formas de humanismo que pueden prescindir de lo trascendental, el humanismo cristiano integra una perspectiva religiosa que enfatiza tanto el potencial de la humanidad como su necesidad de redención y guía divina.
Carlos Arboleda Mora y Luis Alberto Castrillón López[1] en su texto: La educación católica, una opción por el humanismo cristiano, plantean que:
La Iglesia es escuela de humanidad, ha promovido la cultura humana, ha provocado el plan de salvación, desde el perdón y la reconciliación humana, ha reconocido su condición de imperfección humana y su resurrección esperanzada en la conversión.
El Papa invita a un compromiso por:
1. Poner en el centro de todo proceso educativo formal e informal a la persona, su valor, su dignidad, poner de relieve su propia especificidad, su belleza, su singularidad y, al mismo tiempo, su capacidad de relacionarse con los demás y con la realidad que le rodea, rechazando aquellos estilos de vida que favorecen la difusión de la cultura del derroche.
2. Escuchar la voz de los niños, y los jóvenes a los que transmitimos valores y conocimientos, para construir juntos un futuro de justicia y paz, una vida digna para cada persona.
3. Fomentar la plena participación de las niñas en la educación.
4. Ver en la familia al primer e indispensable educador.
5. Educar y educarnos para acoger, abriéndonos a los más vulnerables y marginados.
6. Comprometernos a estudiar para encontrar otras formas de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso, para que estén verdaderamente al servicio del hombre y de toda la familia humana en la perspectiva de una ecología integral.
7. Salvaguardar y cultivar nuestra casa común, protegiéndola de la explotación de sus recursos, adoptando estilos de vida más sobrios y buscando el aprovechamiento integral de las energías renovables y respetuosas del entorno humano y natural, siguiendo los principios de subsidiariedad y solidaridad y de la economía circular.
Pudiéramos continuar citando la amplísima y riquísima documentación tanto de la institución de la Iglesia como de las instituciones educativas de ella o de los miles de especialistas dentro y fuera de la iglesia que han abordado el tema del humanismo y la educación. Pero no quiero ir a disquisiciones muy teóricas. Quisiera abordar la temática desde una perspectiva más desde mi experiencia y de lo que considero, es y debe ser y por dónde debe ir esto del humanismo cristiano en relación con la tarea de educar.
En el texto de Estudio de las Civilizaciones Occidentales, de los historiadores norteamericanos Harrison, Sullivan y Sherman, al explicar el Renacimiento en el norte de Europa, afirman que este tenía como objetivo humanizar al cristianismo. Mi postura sobre esto es que cuando el cristianismo requiera ser humanizado, hace rato que ya dejó de ser cristianismo. Pues en mis años de formación como profesional y cristiano, lo que he ido descubriendo es que cristianismo y humanismo son términos inseparables. (Harrison, Sullivan y Sherman, Cap. 27)
El cristianismo es una práctica de vida, una religión o, como se quiera ver, netamente humana. Si bien es cierto que, en su calidad de religión, es decir en su carácter de entender al hombre como un ser en relación con la divinidad, los cristianos se elevan en el plano de lo místico, espiritualista y mágico, lo cierto es que el cristianismo es una preocupación constante por la dignidad humana y su liberación integral. El cristianismo nace de la vida, palabras y hechos de un personaje histórico, Jesús de Nazaret, que propuso que la vida humana es más plena y fructífera, cuando se vive bajo la dinámica del amor y no bajo la dinámica de las cuestiones netamente pragmáticas de la vida. Sin negar que no hay manera de vivir sin lo pragmático o sin lo práctico. Es decir, las cosas que preocupan el día a día del ser humano se deben vivir con la lógica del amor y eso le dará pleno sentido y hará mucho más fácil esas tareas para todos y le darán pleno sentido a la vida humana.
Cierto es que el cristianismo no se agota en lo netamente humano. Como religión en sí, postula la fe en la divinidad, un ser trascendente, de quien el ser humano es imagen y semejanza y de cuya trascendencia el ser humano está llamado a participar y a disfrutar. Ahora bien, resulta que, a esa trascendencia, a ese disfrute, no hay manera de llegar que no sea pasando por este mundo comprometido con hacer de él el mejor de los mundos posibles. Es decir, pasar por este mundo haciendo el bien. ¿El bien a quién? Al mismo ser humano, al próximo, al igual que yo, al hermano, al otro, que, como dirían los filósofos, es lo más propiamente mío.
¿De dónde nace el humanismo? El eurocentrismo sostiene la idea que el antropocentrismo nace con el mundo griego. A ellos se acredita la centralidad del hombre en todo el universo. No se ha de negar este antropocentrismo griego; ahora bien, lo que se puede negar es que fuera una característica solo de los griegos. Enrique Dussel suele decir que la filosofía, es decir, la capacidad del hombre de resolver de manera racional los problemas del ser humano, no vienen de Grecia como se ha enseñado de manera tradicional, sino que, según Dussel, viene de los egipcios y de los pueblos primitivos. Lo mismo pasa con el humanismo o el antropocentrismo.
El cristianismo se debe al judaísmo. Nace de él. Y el judaísmo, aunque los mismos hebreos hayan tergiversado su propia religión, así como los cristianos hemos tergiversado la nuestra, es una religión netamente antropocéntrica, comulgando con estas características de los griegos antiguos y de otros pueblos. La esencia del judaísmo hay que buscarla en el famoso episodio del Éxodo, del surgimiento de la vocación de líder de Moisés y toda la experiencia. La resumo como un acto netamente centrado en el ser humano:
Moisés experimenta que hay un espacio sublime que viene de Dios, una tierra santa a la que se puede andar sin sandalias, sin riesgos. Que Dios oye, ve, y siente el sufrimiento del pueblo que padece el atropello en su condición de pueblo migrante, y Dios comunica que está comprometido con ellos en su proceso de liberación. Está dispuesto a acompañar ese proceso. Ahora bien, para ello se requieren cosas muy prácticas: el liderazgo de Moisés, que ve aquello como una tarea imposible para él con sus escasas posibilidades, y lo segundo y más importante; que el pueblo todo se ponga en camino. Sin estas condiciones, la liberación no es posible. Por tanto, Dios, dimensión espiritual, quiere la liberación del hombre, pero el protagonista de ese proceso es el mismo hombre. La Divinidad no interviene más que con la promesa del acompañamiento y la esperanza de la liberación. Del hombre es la fe, y del hombre es el compromiso y la acción. El ser humano es el protagonista de la historia. Esta es la médula del judaísmo.
Pues la médula del cristianismo es la misma: Jesús no predicó nada distinto. Dios es Dios de amor, está siempre detrás de la reivindicación del hombre, del ser humano y quiere para él la felicidad, pero el protagonista de esa felicidad es el mismo hombre. Y no se trata de la felicidad después de la muerte, se trata de la felicidad en este mundo, y obviamente, el cristiano ha de creer en la plenitud posterior a la muerte, pero eso depende como ya dijimos, de si pasamos por este mundo comprometidos con la causa del amor a Dios, lo cual se demuestra en el amor al prójimo.
Por eso, cuando el espíritu renacentista surgido en las ciudades comerciales italianas en el siglo XV redescubre la centralidad del ser humano, que el teocentrismo medieval había sepultado en el plano teórico en Europa, cae en la cuenta de que el cristianismo ha de ser siempre humanista. Y por ello, viene con la modernidad ese interés y ese esfuerzo por sublimar al hombre que, junto con el redescubrimiento de la racionalidad y el descubrimiento del conocimiento científico, revolucionan todo el accionar humano, desde lo académico, lo cultural, lo religioso y finalmente lo político y lo económico.
Hasta aquí hemos querido mostrar, que cristianismo y humanismo son inseparables, y que tanto el judaísmo como el cristianismo, siendo estilos de vidas religiosos, son también sistemas preocupados netamente de lo humano. Ya he dicho que tanto el judaísmo como el cristianismo han sido, y esa es su mayor amenaza, sistemas religiosos muy desvirtuados. Tanto por adversarios, como por los mismos judíos o cristianos, que rehuyendo del compromiso y el protagonismo de la acción humana, prefieren relegar en Dios, además del acompañamiento y la promesa, el liderazgo y la acción.
El núcleo del humanismo cristiano es la afirmación de la dignidad intrínseca de cada persona, basada en la creencia de que los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios, como se expresa en el Génesis 1:27. Esta concepción implica que cada individuo posee un valor inherente que no depende de sus logros, estatus social o capacidades, sino que proviene de su relación con lo divino. Esta dignidad se refleja en la creencia cristiana de que Jesucristo se encarnó para redimir a la humanidad, elevando el valor de cada ser humano a un nivel trascendental.
El humanismo cristiano, por tanto, sostiene que cada persona tiene un propósito y un valor inalienable. La idea de que el ser humano es «imagen de Dios» establece una base sólida para el respeto y la promoción de los derechos humanos. Este enfoque también impulsa la idea de que la verdadera realización personal y el florecimiento humano solo pueden alcanzarse plenamente en una relación correcta con Dios.
Es aquí donde entra el humanismo cristiano promovido por la Iglesia en un mudo actual, donde el ser humano está sometido al cautiverio del Egipto o la Babilonia, que son los desafíos de los grandes problemas de hoy. Una mirada rápida nos permite ver la realidad de este mundo que amenaza al ser humano. El hegemonismo, imperialismo, la rivalidad por el mundo del comercio, el consumismo, las guerras, la xenofobia, el racismo, la pobreza, el enfrentamiento de los hombres por ideologías, por fronteras, por color, por condición social y económica, por regiones, etc. condenan al ser humano a vivir en condiciones de indignidad, pobreza, miserias. Veamos el cazo de los palestinos, el pueblo haitiano, los pueblos embargados y sancionados del mundo y las imposiciones de todo tipo que caen sobre personas, familias, países y regiones concretas del mundo donde el sufrimiento se hace extremo.
¿Qué entender por humanismo entonces? Veamos la siguiente cita:
La influencia del humanismo cristiano en la sociedad se manifiesta en varios aspectos. En primer lugar, los principios cristianos de caridad, justicia y amor al prójimo han modelado en gran medida las estructuras sociales y políticas en muchas culturas occidentales. Las instituciones de bienestar social, los hospitales y las organizaciones benéficas a menudo tienen raíces en la tradición cristiana y en el compromiso con la dignidad humana.
Además, el humanismo cristiano promueve una visión de la educación que no solo busca el desarrollo intelectual, sino también el crecimiento moral y espiritual. La educación cristiana enfatiza la formación integral del individuo, preparando a las personas no solo para ser competentes en sus campos, sino también para vivir de manera ética y compasiva.
Desafíos y Críticas al Humanismo Cristiano
A pesar de sus contribuciones, el humanismo cristiano enfrenta críticas y desafíos. Algunos argumentan que la integración de la religión en la promoción de la dignidad humana puede llevar a exclusiones o a la imposición de ciertas creencias sobre aquellos que no comparten la fe cristiana. Las tensiones pueden surgir cuando los principios cristianos entran en conflicto con valores seculares o con derechos individuales percibidos como universales.
Otro desafío es la aplicación práctica de estos principios en un mundo diverso y pluralista. La visión cristiana de la dignidad humana puede no ser siempre compatible con las normas sociales modernas o con la interpretación secular de los derechos humanos. Además, el hecho de que diferentes denominaciones cristianas puedan tener interpretaciones variadas de la dignidad humana puede generar tensiones y divisiones en la implementación de políticas y prácticas basadas en esta visión.
Al preguntarse, qué es el humanismo cristiano, Catherine Jaillier, en un artículo escrito como un ejercicio de investigación y reflexión para la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, plantea que: A lo largo de la historia, la idea que el hombre tiene de sí mismo ha moldeado la realidad y la sociedad. Citando a Maritain (1942), sostiene que cada período de civilización está dominado por una idea peculiar del hombre, que influye en la conducta y estructura social de una época. Hoy en día, el hombre se ve como una pieza en un engranaje sistémico y se reconoce tanto por su capacidad de destrucción como por su pertenencia a la naturaleza. La reflexión sobre el humanismo aborda esta tensión, cuestionando si somos más que un conjunto de órganos y datos genéticos. (Jaillier, 2013)
La situación del sistema carcelario de muchos países, la crisis en Siria, Palestina, Ucrania, y las complejas situaciones del mundo actual, plantean interrogantes sobre la condición humana, la barbarie y la bestialidad. La reflexión sobre el humanismo oscila entre el pesimismo y el optimismo, destacando tanto la belleza del hombre como su potencial para la autodestrucción.
El artículo de Jaillier se estructurará en cuatro partes: la crisis cultural contemporánea, la universidad y sus apuestas ante el contexto, el humanismo cristiano como la manifestación del rostro humano de Cristo y una comunidad viva, y algunas ideas conclusivas.
Sobre la crisis cultural contemporánea, señala la autoría que esta afecta directamente al sistema educativo, fragmentando los saberes y desvinculando la vida práctica. Citando a Maritain, dice que en «El humanismo integral», propone un humanismo teocéntrico, donde el hombre se realiza plenamente en Dios. Define la vida humana como un proyecto incompleto que debe ser orientado diariamente hacia la felicidad, enseñando el arte de vivir a través del ejemplo de Jesús. La sociedad, la familia, la escuela y los medios de comunicación influyen en esta búsqueda de sentido.
La posmodernidad se caracteriza por el individualismo metodológico, que como una paradoja exalta y anula al individuo. Es fundamental redefinir condiciones que promuevan un individualismo responsable, capaz de enfrentar los problemas contemporáneos.
La educación debe sensibilizar a los estudiantes para que se abran al otro y escuchen más allá de sus propios intereses. Esto implica denunciar y formar para transformar la sociedad, promoviendo un sentido de vida y existencia en continua relación. La universidad tiene la obligación de formar profesionales comprometidos con la trascendencia social y humana, más allá de los reconocimientos y avances académicos.
En palabras del Papa Benedicto XVI, el objetivo último de las primeras universidades era la formación de la persona para vivir plenamente y contribuir al bien común. Sin embargo, las universidades modernas se han distanciado de estos fines, enfocándose en la competitividad y los estándares internacionales, olvidando su misión de ser una conciencia crítica y soñadora de la sociedad. La universidad debe involucrarse en un diálogo transformador, denunciando y proponiendo nuevas formas de responder a la humanidad sin perder su esencia profética.
El humanismo cristiano, reflejado en el rostro de Jesucristo, ha aportado a Occidente el reconocimiento de la máxima dignidad de la condición humana. Este humanismo, base de la filosofía de la educación católica, tiene diversas interpretaciones a lo largo de la historia. Según la autoría existen tres modos fundamentales: el humanismo de la creación, que ve la encarnación como la realización de la creación; el humanismo de la cruz, que focaliza en la encarnación explicada por la cruz y propone un humanismo ético que rompe con falsos ídolos; y el humanismo del espíritu, que se centra en la resurrección, la contemplación y la belleza como capacidades humanas.
En resumen, la educación enfrenta el desafío de recuperar su misión original de formación integral y servicio a la sociedad, basándose en el humanismo cristiano que reconoce la dignidad y el potencial humano en relación con Dios. Esto requiere un compromiso continuo con la crítica, la reflexión y la transformación social, orientado a superar el individualismo y promover la inclusión y la solidaridad.
El humanismo cristiano, según el Papa Francisco, subraya la vulnerabilidad asumida por Dios al hacerse hombre, rodeado de una comunidad. Cristo, en su vida humana, nos enseña la importancia de la dimensión relacional, revelando a través de su Encarnación y Cruz el misterio trinitario y el absoluto amor de Dios.
La relación humana, como expresa Guardini, trasciende la suma de individuos para formar un «nosotros» viviente, basado en el respeto y el amor. Las diferencias de razas y naciones, lejos de ser obstáculos, enriquecen la vida fraterna, revelando a cada persona como hermano en el Hijo. El amor previo de Dios establece un vínculo radical entre los hombres, promoviendo la hermandad sin desconocer la diversidad.
El «nosotros» es fundamental para el humanismo cristiano, donde la relación y la comunidad son esenciales. La gracia de Dios permite ver en el otro el rostro del Verbo encarnado, recordándonos nuestro camino hacia la trascendencia. Cita a Monseñor Darío Múnera, quien enfatiza que nuestra identidad se forma a través de nuestras relaciones, y que llegamos a ser plenamente humanos en comunidad, compartiendo y viviendo con los demás.
Concluye la autora:
Somos seres en relación y encontramos el espacio vital precisamente en la relación interpersonal, intrapersonal y social. La historia la cosemos entre todos, en compañía, pero a manos del mismo Dios trino. Por algo las genealogías dicen bastante sobre las raíces y lanzan hacia adelante con unos elementos previos. No es extraño identificar que los evangelios, para responder ampliamente a la pregunta por la identidad de Jesús, se extienden presentando la generalogía que lo acompaña. Lo interesante es que Jesús hace parte de nuestra genealogía humana, pues no se salió de la historia, sino que la cargó de amor, de sentido, de divinidad, y la cargó en la cruz con la generosidad de su amor.
El humanismo cristiano tiene que ver con ese “ser con” Cristo, que nos acompaña, “ser con” los hombres y mujeres que se cruzan en toda nuestra existencia, los cercanos y los lejanos, ser con la vulnerabilidad y perfección de criatura en cada uno. Para conocer más a Dios, es necesario conocer más al hombre, y para ello el encuentro con Jesucristo capacita e integra en el ser variadas dimensiones: física, sicológica, social, comunicativa, espiritual.
El humanismo cristiano ofrece una perspectiva valiosa y enriquecedora sobre la dignidad humana al integrar principios de fe con una profunda valoración del ser humano. Su influencia en la formación de estructuras sociales, educativas y éticas subraya la importancia de considerar la dignidad y el valor intrínseco de cada individuo. Sin embargo, para que el humanismo cristiano siga siendo relevante y efectivo en un mundo en constante cambio, es fundamental que se aborden sus desafíos y se busque un diálogo respetuoso con otras visiones.
Referencias
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- Brague, R. (2014). Lo propio del hombre. Una legitimidad amenazada. Madrid:Biblioteca de autores cristianos.
- Cantos, M. (2015). Razón abierta. La idea de universidad en J. Ratzinger/Benedicto XVI. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
- Cortina, A. (2006). Universalizar la democracia: por una ética de las profesiones. Recuperado de https://www.uis.edu.co/webUIS/es/mediosComunicacion/ revistaSantander/revista1/universalizarAristocracia.pdf
- Carvajal, E. (2017, 06 de febrero). Las impresionantes cifras del hacinamiento en Bellavista. El Colombiano. Recuperado de http://www.elcolombiano. com/antioquia/seguridad/hacinamiento-en-carcel-bellavista-de-medellinGA5882091
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- Lipovetsky, G. (2000). El crepúsculo del deber. Barcelona: Anagrama.
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- Maritain, J. (1999). Humanismo integral. Madrid: Ediciones Palabra.
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- Zanghí, G. (2007). Notte della cultura Europea. Roma: Città Nuova.
- Humanismo cristiano – Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile. (s/f). Recuperado el 5 de agosto de 2024, de Gob.cl website: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-93827.html
[1] Doctores en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín (Colombia)