El Cristo desnudo

El Renacimiento italiano, con sus nuevos aires, tuvo gran influencia en la Iglesia, los papas del momento fueron grandes mecenas del arte. El desnudo comenzó a hacerse presente en las obras de diversos autores y no solo llegó a imponerse en espacios sagrados, como la Capilla Sixtina, sino que incluso llegó a la propia imagen de Jesucristo.

La evolución histórica del desnudo artístico transcurre paralela a la historia del arte. El desnudo es un género artístico que consiste en la representación en diversos medios artísticos: pintura, escultura, etc., del cuerpo humano descubierto. Es considerado una de las clasificaciones académicas de las obras de arte, hay historiadores del arte que lo consideran el tema más importante de la historia del arte occidental.

El estudio y representación artística del cuerpo humano ha sido una constante en toda la historia del arte, desde la prehistoria hasta nuestros días. Su significado puede tener diversas interpretaciones, desde la mitología hasta la religión, pasando por el estudio anatómico, o bien, como representación de la belleza o ideal estético de perfección, como en la Antigua Grecia.

Algunos pintores como Giotto mostraron a Cristo en la cruz con un perizonium (paño de pureza) transparente. Pero Miguel Ángel talla a un crucificado con una peculiaridad, haciendo presente lo más novedoso del momento, un Cristo completamente desnudo. No es su única obra, otro ejemplo lo tenemos en el Cristo Resucitado o Cristo Giustiniani, del que se conservan dos versiones. La primera, desnuda, que se encuentra en San Vicenzo (Bassano Romano) y otra más púdica, modificada  en el siglo XVIII, conocido como el Cristo de Minerva (Roma).  

En nuestro Obispado de Pinar del Río, en la segunda planta, se encuentra el Salón de los Obispos. Es un lugar importante en la casa, se hallan los lienzos que muestran todoas los Obispos que han transcurrido a través de los años por esta diócesis. Es un lugar no solo dedicado a acoger a visitas o importantes reuniones, sino también a la historia, a la memoria agradecida de nuestros pastores y al arte. En este espacio podemos apreciar, debajo de dos cuadros y sobre una pequeña mesa, una peculiar obra, todo aquel que entra le llama la atención, un Crucificado Desnudo.

Trascurría el año 1999 y se convocó en Pinar del Río un concurso de Arte Sacro. Se presentaron muchos artistas, entre ellos, el joven habanero Rey Acosta con su obra: «El Cristo Desnudo», un crucifijo tallado en ébano. En ese evento su obra se llevó una reconocida mención. Nuestro Obispo Emérito, mons. José Siro González Bacallao, apreció también todas las obras de aquel concurso pero le llamó la atención particularmente este crucifijo. Después de hacer las averiguaciones pertinentes sobre la obra y contactar con su autor, le pidió comprarla para exponerla en el salón de los Obispos. Han trascurrido ya 21 años y allí se encuentra actualmente.

Rey Acosta sorprende con esta elocuente imagen del crucificado. Podemos encontrar un antagonismo entre el material de construcción, su llamativa desnudez y la persona de Jesucristo. El color negro siempre evoca oscuridad y por esa razón se hace muy significativo si estamos en presencia de una imagen de Jesús, quien es todo lo contrario, Luz sobre toda luz. Tampoco es común encontrarnos un Cristo desnudo, y es este el centro del mensaje que el autor, a través de esta obra, nos regala.

El momento de la muerte siempre es de incertidumbre y oscuridad, ébano que eclipsa todo entendimiento humano, pero solo una vida desnuda puede hacer que ese paso tenga gran sentido existencial. Una vida como la de Cristo, transparente, limpia, sana, vivida en la verdad y entregada a todos sin reservas, amando y aceptando la realidad de la Cruz para ganarnos una vida mejor y salvación; solo una vida así, desnudo de alma y cuerpo ante la muerte, es capaz luego de resucitar. Un Cristo desnudo en la cruz nos muestra que no hay más palabras que decir, está completamente expuesto ante el mundo, sin poner barreras o ropajes, venciendo tabúes, sin doblez que pueda alejar a nadie, así, solamente con la vida y el alma delante de Dios, porque solo eso basta, como en Belén al nacer, ahora en el Calvario, es el grito de Dios que exclama: ¡ante mí todos son iguales, todos son mis hijos!          

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