Dos mambisas de Vuelta Abajo

Desgraciadamente, han sido muchas las mujeres que colaboraron de alguna forma (soldados, enfermeras, comités de apoyo) en nuestras guerras de independencia, registradas en nuestra historiografíacasi siempre de forma escueta; y pocas —para no pecar de absoluta—poseen un valedero estudio biográfico. Nuestros avezados mambises jamás vieron con buenos ojos la presencia femenina en los campamentos militares y cuando estas, además de enfermeras, combatían rifle al hombro, las consideraban de un «valor varonil» que no era de sus agrados.

La escritora ucraniana Svetlana Alexievich (Premio Nobel de Literatura 2015) en su libro La guerra no tiene nombre de mujer explica que, aunque desde la antigua Grecia hubo mujeres combatientes, solo vinieron a ser reconocidas a partir de la II Guerra Mundial por la participación de inglesas, soviéticas, francesas y demás. Así que tampoco podemos pedirles mucho a nuestros antiguos patriotas.

Entre nosotros Luz Noriega es un caso singular pues —afirmo sin temor a equivocarme— resulta la más mencionada en los testimonios y diarios de campaña. De ella escriben Manuel Piedra Martell, Miró Argenter, Bernabé Boza, Cosme de la Torriente y hasta el norteamericano Flint. Exceptuando a Miró, que se limita a mencionar su incorporación; los demás son injustos con ella y con su esposo el médico Francisco Hernández. No voy a repetir los errores cometidos por ellos, si le interesa a algún curioso, que busque sus libros.

Y fue tan mencionada porque nadie podía ignorarla. De gran belleza, lo mismo servía de enfermera en los hospitales de sangre junto a su esposo, que combatía, a caballo, con su rifle o su revólver. Participó en cruentas batallas: Paso Real de San Diego, Río de Auras, Moralitos y Hato de Jicarita.

Sin embargo, una especie de fatum la perseguía. En 1897 en el hospital Las Llanadas, en Sancti Spiritus, sorprendidos por un grupo de guerrilleros al mando del coronel Orozco, su esposo es macheteado en su presencia y ella, prisionera, enviada a Isla de Pinos.

En 1901, enferma de dolor, se suicida en un hotel de Matanzas. Después le ha seguido una especie de leyenda negra, aunque por suerte también ha tenido sus defensores. El antiguo reportero de las tropas de Weyler, Juan José Cañarte, en El Mundoen 1901,intentó denigrarla y al paso le salió el general Enrique Loynazcon un artículo en La Discusión de octubre del mismo año; además, en sus Memorias de la guerra(editorial Letras Cubanas, 1989) le dedica un breve capítulo. En 1930 en carta al periódico La Semana, Enrique Yanis, médico y coronel mambí, asegura haberse casado con ella; Loynaz, en cambio, lo pone en duda, aunque no descarta un romance. Aún en 1950 Rafael Soto Paz en Bohemia se hace eco de una anécdota contada por Bernabé Boza en su Diario y le refuta, en la misma revista, Pedro Rodríguez Abascal.

No obstante, sobre su vida son pocos los datos que existen y no todos confiables. La cita la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta en su Patriotas Cubanas; César García del Pino en Mil criollos del siglo XIX y también el Diccionario Enciclopédico de HistoriaMilitar, Tomo I, Biografías; por solo mencionaralgunas de las referencias más importantes. Pero lo que hasta el momento nadie había podido dilucidar con certeza, por la serie de datos controvertidos, era su fecha y lugar de nacimiento.

Gracias al auxilio irrestricto del Diac. José Vicente Concepción, canciller del Obispado de Pinar del Río, y Adelaida Caridad Rodríguez (Cachita) de la parroquia San Ildefonso de Guane, así comode las archiveras de las distintas iglesias de esa provincia, se encontró su Fe de Bautismo.

En el Libro 12 de Blancos, Folio 278, Acta 859 se lee que el jueves 4 de noviembre de 1875 se bautizó una niña con los nombres María del Carmen de la Luz Noriega Hernández, nacida el 29 de mayo de 1875. Padres: Domingo Noriega, natural de Guane; Isabel Hernández, de San Juan y Martínez. Abuelos paternos: José y Ma. Florentina Deisano; maternos: José y Mariana.  Padrinos: Bernardo Maviedo y Carmen Hernández.

Antiguamente la Iglesia celebraba los 29 de mayo la Virgen de la Luz; en la actualidadse hace el 2 de febrero, día de la Candelaria.

En el mismo libro aparecen bautizadas sus hermanas María del Santísimo Sacramento Crescencia, 1866; y María Domitila Filomena, 1872.

De estos datos se concluye que cuando se incorporó a las tropas invasoras del general Maceo, en 1896 al pasar estas por Pilotos, donde residía con su esposo, tenía 21 y cuando se suicida en 1901, 26 años.

Incluso su belleza y valentía han opacado algo la figura de Francisco Hernández, quien al ser asesinado poseía el grado de Teniente Coronel de Sanidad, según el Índice deDefunciones de Carlos Roloff.

La foto más divulgada de Luz Noriega, y casi se puede asegurar la única que existe, aparece en la revista El Fígaro, febrero de 1899, en su Álbum consagrado a la Revolución Cubana.

Pocos la describen y se contrastan: para la Dra. Vicentina Cuesta era de ojos verdes y, para otros, de pelo y ojos negros.Quizás la descripción más fiable corresponda —único de los  que la conoció que lo hace—al reportero Cañarte en el periódicoLa Lucha,1897, cuandocae prisionera después de asesinado su esposo. Es un extenso artículo titulado “La reina de Cuba” que debe leerse con cuidado para desbrozar las falacias de las verdades. Según este admirador de Weylerla llevanante él entre cuatro soldados:“representa por su presencia, 25 años de edad; es rubia; de ojos azules, estatura regular, envuelta en carnes […]”.

A lo largo del tiempo, en cada ocasión que se escribe sobre mambisas, no deja de mencionársele: Ecured, revista Mujeres, y otros.

En 1962 en la revista mexicana Cuatro Vientos dirigida por Alfonso Camín, el académico cubano Antonio Iraizoz, gran enamorado de la Historia, publica su texto “La heroína de Paso Real” donde narra la heroica participación de la capitana mambisa en el combate que le valiera la exclamación de Maceo “¡Viva la reina de Cuba!”. Finaliza su texto con un sentido homenaje del que me hago eco: “Al evocar estos penosos recuerdos de la intrépida y serena mujer que fue Luz Noriega, pongamos una orquídea blanca, aromosa y exótica, sobre la tumba incierta que le dio paz”.

Adela Azcuy: la mujer de muchas estrellas

A la capitana mambí Adela Azcuy, al licenciarse el Ejército Libertador en diciembre de 1898, se le negó el pago porque “no ha podido por razón de su sexo prestar servicios en el ejército”. Entonces ella, vestida como un mambí en plena guerra, visita al Generalísimo en su residencia de la Quinta de los Molinos. Gómez al verla pregunta:

–¿Quién es esa mujer con tantas estrellas?

El general Antonio Varona le explica quién es y le habla de sus hazañas; entonces el General Gómez legaliza su grado.

Esta anécdota con visos de novela aparece narrada por el historiador artemiseño Armando Guerra Castañeda en su discurso de ingreso Adela Azcuy, la capitana a la Academia de la Historia el 7 de febrero de 1950.

Gracias a esta Academia y a sus innumerables trabajos durante las primeras décadas del siglo XX debemos que no se haya perdido buena parte de la memoria histórica de aquellos patriotas. 

También es preciso agradecer al entusiasta equipo de la Biblioteca del Centro Cultural Padre Félix Varela al permitirme consultar su amplia colección de folletos de la Academia de la Historia, mayoritariamente donada por el olvidado profesor de los Institutos de Segunda Enseñanza de La Habana y el Vedado además de la Universidad de Villanueva, José Manuel Pérez Cabrera (1901-1969) cuyo exlibris consta en muchos de estos.

El historiador de la capitana Adela Azcuy transcribe su fe de bautismo hallada en la Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción de San Cayetano y Viñales donde consta en el Libro 2 de Blancos, folio 176, número 580 el bautizo de una niña nacida el 13 de mayo de 1861 a quien se le puso por nombre Gabriela de la Caridad. Se infiere, que ella fue quien se puso el nombre por el que hoy es conocida y recordada.

Documentada conferencia, incluso salpicada de fábulas narradas en cartas al académico por familiares de la biografiada; se le describe como “de elevada estatura, delgada, pero envuelta en carnes, erecta como una palmera, de ojos grandes, pardos y expresivos, nariz más bien larga, boca regular, labios delgados, tez blanca y cabellera dorada, abundante, y tan larga, que le llegaba al suelo”.

Indómita desde su juventud, gustaba de recorrer los campos a caballo, vestida de amazona y con su escopeta de caza. Sus padres, preocupados, la envían a estudiar en un colegio a La Habana con vista a convertirla en una futura dama de su época. Allí adquiere una buena educación y el gusto por la lectura; leyó a Cervantes y sentía predilección por la mitología; gustaba de admirar el grabado de Alberto DureroEl ángel de la melancolía. También se aficionó a escribir algunos poemas; entre ellos se cuenta el soneto “Maceo en el viejo campamento”: «Y hoy en la niebla que en las tumbras [sic] brota,/sobre el mismo lugar de la pelea/¡aún me parece que se agita y flota!».

A pesar de sus muchos pretendientes se casa, muy enamorada, con el joven camagüeyano y licenciado en Farmacia, Jorge Monzón Cosculluela, identificados los dos con las ideas libertarias. Sin embargo, debido a la viruela, queda viuda en 1886.

Más tarde, en 1891, contrae matrimonio en la Catedral de La Habana con un empleado de la farmacia de su esposo, el español Cástor del Moral. Al llegar la Revolución a Vuelta Abajo se separan y cada uno escoge un camino distinto. Moral pasa a servir a España y ella, a su patria.

Sus conocimientos farmacéuticos y su destreza con la escopeta le sirvieron de mucho para sus incontables hazañas durante la guerra. Combatió a las órdenes del entonces brigadier Antonio Varona y curó enfermos muy graves en la sangrienta batalla de Ceja del Negro.

En marzo del ’96 es subteniente de Sanidad Militar y el 12 de junio del mismo año el general Pedro Díaz le confiere el grado de capitán del Ejército Libertador.  Durante el asalto a La Madama, donde muere el general Vidal Ducasse, ella pierde su maletín y su caballo, por lo que durante dos días quedó aislada y sin alimentos hasta que pudo encontrase nuevamente con las tropas cubanas.

Imposible transcribir las historias en su totalidad; pero en breve síntesis cuento cómo el coronel Banegas, molesto por su incorporación y su resolución de combatir, la envió a defender una cuchilla adonde se dirigían los españoles, y confiesa que lo hizo ¡con la intención de que la mataran!; pero resistió con tanta valentía que, admirado, se lanzó a ayudarla.

En 1897 la familia del capitán Portales es sorprendida por los guerrilleros, asesinados casi todos menos la madre enferma con una niña de brazos, cuando llegan las tropas cubanas, entre ellas Adela; la madre le pide se ocupe del bebé cuando muera. Así lo hizo; siguió con la niña de campamento en campamento que, hasta los soldados, en los momentos en que Adela cumplía sus labores de enfermera, se turnaban para acunarla sobre sus pechos e infundirle calor.

Ya en la paz vivió con Rafaela, su huérfana de guerra. Un día se apareció en su casa Cástor del Moral, anciano y enfermo, quien le informa hará testamento a su favor. Con buenas formas, le rechazó, no quería ni un solo centavo que oliera a España.

En 1902 se trasladó a San Cristóbal; en 1911 fue Secretaria de la Junta de Educación de Viñales y en 1913, enferma, fallece en La Habana.

Finalizo con una nota curiosa: terminada la guerra aún se le veía, sola en su caballo, ir al cementerio a visitar la tumba de su esposo Jorge porque —según decía— iba a conversar con el amado.

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