Desierto, camino de libertad

Por: Pbro. Alfredo Miguel Martínez Ross

La cuaresma es el tiempo especialísimo de la peregrinación por el desierto. Es el recordatorio y la vivencia siempre actual del pueblo escogido que hace su pascua, pascua de liberación, paso de Egipto a la promesa divina de la Tierra que mana leche y miel.

El Santo Padre, en su mensaje para la Cuaresma del 2024, nos recuerda que cuando Dios se revela, comunica la libertad: “Yo soy el Señor tu Dios, que te hice salir de Egipto, un lugar de esclavitud” (Ex 20,2). Esta experiencia de libertad del pueblo va a acompañarlo durante toda la historia: Israel es el pueblo del éxodo, la experiencia de la esclavitud está impresa en su carne que, inquieta, busca la libertad. El Papa añade que de la misma manera que en el Israel peregrinante pervive Egipto, también el pueblo de Dios hoy, lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar.Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como por un páramo desolado, sin una tierra prometida a la cual encaminarnos. La cuaresma quiere ser entonces el tiempo de gracia en el que el desierto, recordando al profeta Oseas, vuelva a ser el lugar del primer amor. En la cuaresma, Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente la pascua de libertad.

Este tiempo de gracia que la Iglesia propone tiene un riesgo: que el cristiano se pierda en el entramado de manifestaciones externas, y se olvide de lo fundamental que es siempre la vida interior. Para que el camino cuaresmal, no sea abstracto, el Santo Padre propone tres polos alrededor de los cuales ha de girar la vivencia de este tiempo: Ver la realidad, entender la libertad, y actuar en consecuencia.

VER LA REALIDAD

El primero de los pasos ha de ser mirar la realidad. Dios en la zarza le habló a Moisés en estos términos: “he visto la opresión de mi pueblo, he escuchado sus clamores, conozco sus sufrimientos. Por eso he bajado a liberarlos” (Ex 3, 7-8). El grito de los que no son libres sigue llegando al cielo, dice el papa, ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos conmueve?,o seguimos a Caín cuando Dios le pregunta por Abel: “¿soy acaso el guardián de mi hermano?” (Gn 4,9) Nosotros ¿nos atrevemos a mirar de frente a la realidad y a llamar a las cosas por su nombre, o nos conformamos con asumir la postura del sacerdote y el levita que pasaron junto a aquel a quienes los bandidos molieron a palos en la parábola del Buen Samaritano? Solo si identificamos el problema, por más duro que parezca, seremos capaces de superarlo. Este camino será concreto si confesamos que aún seguimos bajo el dominio del faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles,porque atravesar el velo de la realidad es una actividad fatigosa.

Aunque ya con el bautismo ha comenzado nuestra liberación,queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad. Es interesante la comparación que enseguida subraya el papa, entre Dios y el Faraón. Es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libra. El faraón, por su lado, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos.La mayor consecuencia de seguir bajo el dominio del faraón es la pérdida de la esperanza. La falta de esperanza hace que los sueños desaparezcan y que un grito mudo llegue hasta el cielo y conmueva el corazón de Dios. “(…) he escuchado el clamor de mi pueblo (…)

ENTENDER LA LIBERTAD, RESTAURA LA ESPERANZA

Dios no se cansa de nosotros. Jesús en el desierto es probado en libertad. A diferencia del faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos: “ya no les llamo siervos,a ustedes les llamo amigos” (Jn 15,15). El desierto es el lugar para que la libertad del cristiano sea acrisolada, refinada en el calor de la fragua, para que madure en el convencimiento que no se ha de regresar jamás a la tierra de esclavitud, sino que hay que mantener la mirada fija en la Tierra de promisión. La verdadera libertad devuelve la esperanza, porque arranca la mirada del pasado fatal y la coloca en el futuro glorioso. Y gracias a esta esperanza se puede caminar en libertad. Ahí se entiende que cuando Israel recuerda las ollas de carne y cebollas de Egipto, está siendo tentado como mismo Cristo en el desierto, y habrá que responder con valentía con las palabras del Señor: “No solo de pan vive el hombre”, (Mt 4,4) esto es: no cambies tu libertad por un plato de comida.

LA LUCHA DE LA ACCIÓN

La experiencia del éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto son escenas claras de que el esfuerzo de la libertad es una lucha. Es un camino trillado. Por eso, nos alerta el papa: podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a una posición, a una tradición, incluso a algunas personas. Esto, en lugar de impulsar, puede paralizar; en lugar de unir, puede enfrentar.

Es momento de actuar, la cuaresma es acción, que muchas veces es detenerse. Detenerse ante el hermano herido, como el samaritano. El mandamiento del Antiguo Testamento, no tendrás dioses fuera de mí, significa, te detendrás ante la presencia del Dios verdadero, en la carne del otro. Por eso, ayuno, oración y limosna, no son ejercicios independientes, sino un mismo movimiento que partiendo de la relación personal con Dios, mira al prójimo, sale a su encuentro, y camina con él por la senda que está libre de apegos y de idolatrías. Solo frente a frente al Padre de todos, es que nos logramos convertir en hermanos y hermanas; en lugar de amenazas y enemigos, encontramos compañeros de viaje. Este el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

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