Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios nos ha enviado a su Hijo, nacido de mujer, de la Virgen María, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley y que recibiéramos el ser hijos por adopción (cf. Ga 4, 4-5).
He aquí la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios. Dios que ha visitado de manera espacial a su pueblo y no lo ha olvidado. Ha cumplido las promesas a Abraham y toda la descendencia y lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su único Hijo amado y se ha encarnado por la salvación de todos (Mc 1, 11).
Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío, de María Virgen, en Belén, en el tiempo del Rey Herodes el grande, y del emperador César Augusto, de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, ES EL HIJO ETERNO DE DIOS HECHO HOMBRE.
La transmisión de la fe cristiana, es ante todo, el anuncio de Jesucristo para llevar la fe en Él. Desde el principio los discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo Salvador, y esa sigue siendo la gran misión de la Iglesia, anunciar a todos los hombres, en todo tiempo, que Dios se ha encarnado y nos ha salvado. No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído, de lo que Dios ha realizado en nosotros por la fe, esa es la mejor misión, anunciar la propia experiencia personal de Dios en nuestras vidas (Hch 4, 20).
En el centro de la catequesis encontramos a una persona, Jesús, que se ha encarnado, ha muerto por la salvación de todos y ha resucitado al tercer día. Catequizar, es descubrir la persona de Cristo y en Él, encontrar el designio de Dios. Se trata de un encuentro personal, donde no solo encontramos a Jesús de Nazaret, sino que descubrimos en Él y afirmamos, que es el Salvador, el Hijo de Dios vivo, la Palabra hecha carne.
El fin de la Evangelización es conducir al hombre a ese encuentro personal con Cristo, ayudar a abrir el corazón al llamado de la fe y restablecer la comunión filial con el Padre. De ese encuentro amoroso con Cristo, brota el deseo de compartirlo, de no callar la alegría de la fe, de llevarlo a todos, y de seguir construyendo juntos el Reino de Dios en esta tierra.