“No hay más vencidos que los que lo son por sí propios
—por su desidia, su malignidad o su soberbia.
José Martí.
Por encima de asuntos personales o familiares, más allá de carencias y percances, por encima de accidentes y tragedias, hay un tema que es centro en cualquier conversación entre dos o más cubanos —e incluso en muchos monólogos— más allá de creencias e ideologías: la partida de nuestra juventud, y de muchos no tan jóvenes, hacia otras tierras.
De acuerdo con Informaciones oficiales del Gobierno (MININT y Oficina Nacional de Estadísticas) durante este año y hasta el pasado 6 de septiembre habían sido devueltos a Cuba, desde Estados Unidos, México y Bahamas, poco más de seis mil compatriotas; si a lo anterior añadimos que durante el año fiscal en curso han llegado a los Estados Unidos más de 180 000 cubanos y consideramos los que aún están en tránsito por otros territorios hacia Norteamérica, resulta evidente que la situación es altamente preocupante.
De acuerdo con las últimos datos proporcionados por la Oficina Nacional de Estadística e Información, el número de habitantes en Cuba durante 2021 se redujo a 11 113 215, que comparado con el año anterior, presenta un descenso de 68 380 personas. Teniendo en cuenta que los ciudadanos cubanos pueden permanecer en el exterior dos años y mantener su condición de residentes, de actualizarse los números en 2024 con las estadísticas de migrantes hasta el momento, las cifras podrían mostrar menos de 11 millones de cubanos en la Isla, el registro más bajo desde 1997.
Pero lo que de veras complica cualquier valoración que se haga es lo que queda detrás: familias fragmentadas, ansiedades, necesidades no cubiertas, deudas, etc., que han de ser enfrentadas por los que se quedan en los que predominan las personas de la tercera edad, o próximos a ingresar en ese grupo, para quienes la tarea a asumir los supera en muchas ocasiones.
Desde ahí llega la otra cara de la moneda, la población cubana, ya envejecida antes de la pandemia del Covid, luego de la misma ha quedado afectada por sus secuelas y ante el reciente éxodo de jóvenes es una sociedad que no estaba, ni está, preparada para esa dimensión.
Las normas que en otros países amparan a la tercera edad (transporte público gratuito o a menor precio, acceso preferencial y sin costo a restaurantes o determinados espectáculos, servicios médicos dirigidos y personalizados, pensiones de acuerdo con el costo de la vida, etc.) no pueden ser aplicados en nuestro país, pues tales medidas se aplican en países cuya economía permite que las mismas no sean una carga para otros y donde los beneficiados no intentan convertir esos beneficios en otro “empleo” dadas sus condiciones de vida.
Sin cuestionar las razones que motivan las partidas, lo cierto es que quienes se marchan están insatisfechos con un estado de cosas que lacera tanto su economía como su percepción personal pues se siente desplazados, sin esperanzas de superación social, desaprovechadas sus capacidades productivas e intelectuales y sin posibilidad de apoyar a sus familias.
La situación no es nueva, pero ahora tiene otros matices. Desde hace más de 60 años la sociedad cubana ha estado dividida en “los que se fueron” y “los que se quedaron”; y aunque al principio la «clasificación» tenía un contenido ideológico que incluía la negación práctica —pues no legal— de la nacionalidad al considerar a los que emigraban como “traidores”, “vendidos”, “gusanos”, etc. la realidad era que dentro de los círculos familiares esos adjetivos no funcionaban y se continuaban, muy discretamente, los vínculos entre los “de aquí” y los “de allá” e incluso los “de afuera” procuraban apoyar a los “de adentro” con algún envío con ropas y algún equipo, situación que se amplió durante la presidencia de James Carter, quien facilitó la visita de los radicados en EE.UU a sus familiares en Cuba.
Ese esquema mental concedía al Estado conservar la imagen de «protector» pues los suministros que recibía del hoy extinto campo socialista le permitía mantener cierta cantidad de productos, servicios y bienes que aunque nunca fueron suficientes proyectaban la ilusión de una «felicidad suficiente».
Sin embargo, con la caída del campo socialista, la adopción de medidas utópicas y la posposición de otras cuya aplicación era inevitable, junto con el sostenido recrudecimiento de disposiciones anticubanas por Estados Unidos, provocaron que el éxodo hacia ese país fuera in crescendo e incluyera momentos muy crudos como la llamada “crisis de los balseros” de los años 90 luego de la cual la clasificación maniquea en “buenos” para los que se quedan y “malos” para los que se van, fue pura ciencia ficción.
Esa situación implicó que a partir de esos momentos quienes fueron naciendo en estas tierras asumieran un entorno distinto a los que lo habían hecho antes, ya no había la «madrecita URSS” ni los “hermanos del campo socialista” que paliaran las necesidades y la broma macabra de los años ’80, cuando el deshielo de Carter, de “cambio un padre internacionalista por un tío en la Yuma”, adquirió otros matices pues si el padre cumplía «Misión» como “Colaborador” en Venezuela u otro país por su condición profesional el trueque carecía de sentido y, aunque estaba “afuera” ya no era «malo» y aunque, no obstante, alguno “se quedara” y la familia, que se quedaba aquí, perdiera el derecho de disfrutar lo que «el queda’o» había acumulado como pago en bancos cubanos y no pudiera visitar al país en largos años, la posibilidad de servir de sustento era evidente.
Mas la posterior situación internacional, que redujo drásticamente la existencia de esos colaboradores, unido a la Covid y sus secuelas junto con la presidencia de Trump y sus medidas desde EE.UU unidas a inoportunas medidas internas hicieron que aquellos nacidos durante la crisis de los noventa y después, que no han asumido la «ideologización» del aquí y allá como patrón —pues su entorno social le mostraba día a día lo absurdo de ese juicio— entendieron que aquí no tienen objetivos y allá, quizá no los logren pero, al menos se sentirán útiles para los suyos.
Llegados a este punto del recuento hemos de preguntarnos ¿qué pasará con los que “se quedan”? En el análisis de los que parten, no solo hacia EE.UU, ¿en manos de quién queda el futuro de los que, por una u otra razón, no marchan con ellos? ¿Cómo asumirán los que aquí siguen no el soñado futuro exitoso de los que partieron sino su propio y arduo día a día? ¿Qué se hace con el sacrificio y la nostalgia de los de allá y los de aquí?
El verdadero dilema del Estado cubano no es su enfrentamiento ideológico con EE. UU, la Comunidad Europea y otros; es hora de entender que la persistencia como sistema socialista en el tiempo no es un éxito sino tan solo el resultado de una situación internacional a la que no convendría un conflicto para aplastarnos militarmente.
Aunque duela decirlo, varios de los que incendiaron Bayamo se incorporaron a la guerra pero otros, y no pocos, emigraron para colaborar o no —según su particular criterio— y volver en mejores tiempos. Esos fueron los que propiciaron la recuperación después de la Guerra.
No podemos asumir las decisiones sobre el futuro de Cuba en términos de traición o derrota, ni siquiera en la dicotomía de Patria o Muerte frente a Patria y Vida, eso sería el final de un pueblo y su Historia y el suicidio político de quienes lo pongan en práctica. El futuro de un pueblo se construye en la paz y la convivencia con otros por encima de cómo piense cada cual. Todos los imperios, a pesar de sus fuerzas y desarrollos, cayeron cuando asumieron la guerra como política de estado.
Una sociedad envejecida es una serpiente que se muerde la cola pues solo genera más ancianos que no pueden atender a otros ancianos por lo que se agota en sí misma. Si las nuevas generaciones marchan hacia otras tierras a buscar su futuro en campos tan diversos como las ciencias, el deporte, las artes, y las cotidianas labores manuales, es imprescindible asumir lo que NO HAY QUE SEGUIR HACIENDO y abrir nuevas puertas porque si no… no habrá quien cuide a la Madre Cuba ¡ni soldados para defenderla!